No. No nos merecíamos esto.

No después de lo que nuestros chicos habían sido capaces de hacer.

Contra todos los pronósticos de todos los observadores, de todos los medios futbolísticos y probablemente de todos nuestros propios aficionados.

Aquel 31 de agosto de 1969 nadie nos daba una oportunidad.

Ya habíamos logrado un milagro en el partido de ida, cuando vencimos a los argentinos en Lima por un gol a cero. Anotó “Perico” León y cuando dos semanas después vencimos a Bolivia por tres goles a cero, se nos abrió un escenario imprevisto e imprevisible: con un empate en Buenos Aires, en el último partido de la eliminatoria, iríamos a México para disputar la fase final del Mundial.

Nunca antes había sucedido.

Sí, jugamos un Mundial.

El de cuarenta años antes en Uruguay. Pero en aquel caso no hubo necesidad de clasificarse. A partir de entonces, sólo amargas decepciones.

Es cierto que obtuvimos dos buenos resultados de tres, pero todos estábamos convencidos de que también esta vez acabaría exactamente igual que todas las demás.  Hubiéramos maldecido la mala suerte y quizás hubiéramos terminado maldiciendo ese desafortunado autogol de Chumpitaz en Bolivia a diez minutos del final que nos costó ese puntito que ahora haría platónico el viaje a la Bombonera, o quizás nos hubiéramos enojado con ese delincuente árbitro venezolano que, otra vez en La Paz, anuló un gol donde sólo él pudo ver algo irregular.

En cambio, fuimos a la Bombonera sabiendo en nuestros corazones que ante su público Argentina no desaprovecharía semejante oportunidad.

Argentina, que nunca antes había fallado en clasificarse para el Mundial en casa, contra Perú, que nunca antes había fallado en clasificarse para el Mundial.

En cambio, se produjo el milagro.

Aquel día nuestros chicos estuvieron maravillosos.

La Bombonera era un caos, pero ellos no se dejaron impresionar.

Alguien dijo que eran tan jóvenes que eran imprudentes.

Puede que sí.

Todo lo que sé es que lucharon como leones.

Oswaldo Ramírez nos dio la ventaja a falta de veinte minutos.

Toda la agresividad y las ganas de los argentinos se esfumaron como una cerilla al viento.

No, no iba a ser tan fácil como en las proclamas de la víspera donde decían que nos harían pedazos.

Pero fue el señor Díaz, el árbitro chileno, quien volvió a dar esperanzas a los argentinos inventándose un penalti que llamarlo “generoso” es quedarse corto.

En ese momento quedaban diez minutos.

Un infinito.

“Ya estamos otra vez. Nos quedaremos a un suspiro y luego todo acabará como siempre. Con un puñado de moscas en las manos”, pensé en ese mismo momento.

Estaba muy equivocado.

Aún no había terminado de formular este sombrío pensamiento cuando vi que Cruzado interceptaba un pase de Brindisi. El balón se estrelló contra su espinilla, salpicando hacia delante. Sólo había dos jugadores en ese balón. Su defensa Perfumo y nuestro Ramírez.

De hecho, Ramírez parecía estar unos metros por detrás.

En cambio, se anticipó al defensa argentino y se lanzó hacia la portería defendida por Cejas. A la salida del portero argentino cruzó el balón hacia el lado contrario con la izquierda.

El balón acabó en el fondo de la red.

Volvíamos a estar por delante.

Esta vez sólo quedaban ocho minutos.

Ocho minutos interminables.

Aquello se convirtió en agonía cuando Rendo marcó el gol del empate argentino.

Dos a dos.

Y dos eran también los minutos que faltaban para el final.

Esos dos minutos (que en realidad se convirtieron en casi cuatro) fueron los más largos de la historia del fútbol de mi país.

Pero pasaron.

Y Argentina no marcó el gol que la habría clasificado para el Mundial… y que nos habría devuelto, por enésima vez, al infierno.

Alegría, incredulidad, liberación, euforia, éxtasis… elijan las palabras que quieran.

Todas encajan para definir lo que más de 13 millones de peruanos sintieron en ese momento.

A partir de ese momento, el país enloqueció.

No exagero.

Conocí a gente que, para poder ir a México a mantener a nuestros muchachos, había pedido préstamos a los bancos, vendido sus autos o adelantado su finiquito en el trabajo.

Porque la pregunta que todos nos hacíamos era la misma: “¿Cuándo volverá a pasar? ¿Cuándo volveremos a jugar una final de la Copa del Mundo? ¿Dentro de cuarenta años? Tal vez cincuenta o tal vez nunca más’.

Entonces, ¡mejor no arriesgarse!

Esta euforia colectiva no tenía visos de apagarse.

Al contrario, cuanto más nos acercábamos al Mundial, más crecía el entusiasmo… alimentado arteramente por una dictadura que se subía a la ola de este inesperado y maravilloso logro deportivo. Ya contábamos los días que faltaban para el debut de nuestros chicos.

El dos de junio nos esperaba Bulgaria.

Pero antes de ese tres de junio llegó el 31 de mayo.

Y aquí encontrar las palabras es imposible.

El país sufrió un terremoto devastador.

Una ciudad entera, Yungay, quedó destruida.

7,5 en la escala de Richter.

Nunca se había visto nada igual.

Una enorme avalancha de roca, tierra y hielo se desprendió de la montaña Huascarán, que dominaba la ciudad.

La gente estaba casi toda en sus casas. El primer partido de aquel Mundial se retransmitía por televisión.

Se salvaron unos centenares de personas… los que consiguieron llegar al cementerio, que dominaba la ciudad desde lo alto.

Entre muertos y desaparecidos, hubo casi cien mil vidas que no vieron aquel Mundial, tan esperado y anhelado. Igual que no vieron nada más.

No, no lo merecíamos.

Perú saltó al campo menos de cuarenta y ocho horas después. Perú jugó y ganó ese partido contra Bulgaria, como también ganó el siguiente contra Marruecos.

La estrella absoluta de esos dos partidos fue un jovencísimo centrocampista ofensivo llamado Teófilo Cubillas. Fue su gol el que dio la victoria a Perú en el primer partido, muy reñido, contra Bulgaria, y también su doblete el que acabó con las ambiciones de Marruecos en el tres a cero final.

En el tercer partido, con la clasificación para cuartos ya en el bolsillo, Perú sucumbió ante la selección de Alemania Occidental de un Gerd Muller enloquecido, pero el gol del abanderado peruano en el tres a uno final a favor de los germanos fue de nuevo obra de Cubillas.

En cuartos, para los peruanos, el choque es prohibitivo. Enfrente estará Brasil, que ya derrotó en el grupo a Inglaterra, defensora del título, y es considerada la gran favorita para la victoria final.

Será un más que honroso cuatro a dos para los peruanos y Cubillas volverá a marcar. Para él, cinco goles en cuatro partidos y para Perú, el regreso a su patria, con el país aún conmocionado, será recibido con gran entusiasmo y fervor. Y Teófilo Cubillas a partir de ese momento será, por casi veinte años, el símbolo del fútbol peruano.

Teófilo Cubillas nació en Chincha Alta, una ciudad a unos 200 km al sur de Lima.

Alianza Lima lo incluyó en su sector juvenil. El talento del ‘Nene’, como todos llaman a Cubillas, es indiscutible.

A los dieciséis años debutó en el primer equipo y en esa primera temporada, jugando como volante avanzado, se impuso de inmediato en la tabla de goleadores con 19 tantos.

A todos los aficionados al fútbol peruano les queda claro de inmediato que están ante un chico de cualidades excepcionales.

Exactamente de la misma edad y también floreciendo a una edad muy temprana es Hugo Sotil, un delantero muy rápido y con una gran técnica.

Fueron ellos quienes, junto con el ya consagrado Héctor Chumpitaz, uno de los defensas más sólidos de la historia del fútbol sudamericano, el director Roberto Chale y el delantero centro Oswaldo Ramírez, formaron la columna vertebral de aquella selección capaz de mantenerse en lo más alto del fútbol sudamericano durante toda la década de 1970.

Tras los excelentes resultados cosechados en México, Cubillas regresó a su patria. Ganó la clasificación de goleadores de la liga y en ese momento ocurrió algo muy peculiar e infrecuente en la historia del fútbol.

El espectáculo ofrecido en la selección por Cubillas y Sotil (rebautizados como la “Dupla de oro”) es tan apreciado que los dos equipos donde juegan las estrellas del fútbol peruano (Alianza Lima y Deportivo Municipal) deciden unirse y formar un solo equipo. La ocasión era la gira que el Bayern de Múnich tenía previsto realizar por Latinoamérica.

El 7 de enero de 1971, Beckenbauer, Müller, Maier y sus compañeros fueron derrotados por cuatro a uno y Teófilo Cubillas fue la estrella del partido, al marcar un doblete.

La estrella de Cubillas brillaba cada vez más.

En 1972 ganó el título de “Mejor Futbolista de Sudamérica”.

Detrás de él, en esta clasificación especial, se encontraba un tal Edson Arantes do Nascimento.

Al año siguiente, la otra mitad de la Dupla de Oro, Hugo Sotil, fichó nada menos que por el Barcelona de Johann Cruyff, Carlos Rexach y Juan Manuel Asensi.

Llegados a este punto, parece casi obvio que el fichaje de Cubillas por un gran club europeo también es inminente.

Fue en 1973 cuando Cubillas fue seleccionado para jugar un amistoso entre los mejores jugadores de Sudamérica contra una selección europea.

Aquella tarde de finales de octubre en el Nou Camp estaban Cruyff, Eusebio y Beckenbauer por un lado y Rivelino, Brindisi, Luis Pereira y los tres “fenómenos” peruanos: Chumpitaz, Sotil y Cubillas… que marcaron tres de los cuatro goles del equipo sudamericano en el cuatro a cuatro final.

En ese momento, ocurrió algo totalmente inesperado en la carrera de Cubillas: mientras su amigo ‘El Cholo’ Sotil presionaba a los directivos del Barcelona para convencerles de que compraran a su amigo ‘Nené’ ante la competencia de los grandes equipos españoles y portugueses, apareció en escena un acaudalado empresario suizo, Ruedi Reisdorf.

Reisdorf quiere a Cubillas para su Basilea a toda costa.

Ofrece al peruano 100.000 dólares, una gran suma para la época.

Cubillas no tiene intención de irse a ese equipo pequeño y semidesconocido.

Pero como Reisdorf no renuncia Cubillas plantea. “Trescientos mil dólares o ni hablar”.

Es una cantidad disparatada. Cubillas se calla. Nadie puede pagarle tanto dinero.

Nadie… excepto Ruedi Reisdorf, que accede a la petición del centrocampista peruano y se lo lleva a su Basilea.

Cubillas no tiene alternativa. Jugó diez partidos, marcó tres goles y contribuyó a la conquista del título del “RotBlau”.

El clima frío de Suiza afectó no poco a su rendimiento.

Cubillas pidió el traspaso.

Ruedi Reisdorf no tenía intención de desprenderse de su jugador estrella.

Tras una agotadora negociación, el Oporto consiguió la carta de Cubillas.

Cuesta 400.000 dólares, pero el impacto de Teófilo Cubillas es inmediato.

En Portugal juega cuatro años inolvidables en los que entrará en la leyenda de los “Dragones Azules”. El campeonato se quedará en una quimera (dos segundos puestos y un tercero), pero llegará una Copa de Portugal y, sobre todo, el recuerdo de actuaciones y goles absolutamente fantásticos. Marcaría 65 en 108 partidos oficiales, una cifra que haría feliz a más de un delantero puro.

En ese momento, sin embargo, llegó la gran decepción de no participar en el Mundial de Alemania 1974. Perú perdió la repesca contra Chile (que luego jugó el famoso partido fantasma contra la URSS en la repesca) y tuvo que renunciar a la competición alemana. Cubillas se lesionó ese día. No hay nadie en Perú que no esté convencido de que con ‘El Nene’ en el campo las cosas habrían sido diferentes…

Para muchos observadores, éste es el Perú más fuerte de la historia. Cubillas y Sotil están en su mejor momento, al igual que Chumpitaz, Ramírez y Challe han alcanzado la plena madurez.

Se resarciría al año siguiente ganando la Copa América con autoridad, eliminando a Brasil en semifinales y a Colombia en la final tras una repesca.

Sin embargo, la llamada de su patria es demasiado fuerte. Y a pesar de las importantes peticiones de varios clubes europeos, Cubillas decidió regresar a su tierra natal. Obviamente a su Alianza Lima… donde, sin embargo, esta vez encontró a su ‘gemelo’ Sotil con quien jugaría dos temporadas memorables. Dos títulos consecutivos y, en 1978, incluso una brillante participación en la Copa Libertadores hasta alcanzar una de las dos rondas semifinales.

En 1979 llegó otra elección polémica: ‘El Nene’ decidió embarcarse en una aventura en la NASL estadounidense. Allí le esperaban los Fort Lauderdale Strikers, un auténtico acorazado repleto de grandes ex futbolistas como Gordon Banks, George Best y Gerd Muller. Sólo que mientras estos tres campeones están en el ocaso de sus carreras, Teófilo Cubillas, con sólo 30 años, sigue en plena forma.

Permanecería en el club de Florida durante cinco temporadas, llegando a la final del campeonato en 1980, pero perdiendo decisivamente ante el Cosmos de Nueva York de Franz Beckenbauer, Wim Rjisbergen y Giorgio Chinaglia. Se convirtió en el máximo goleador de la historia del club con 59 goles (¡y 61 asistencias!) en 120 partidos.

Colgó las botas (o al menos ésa era su intención…) a finales de 1985.

El 16 de abril de 1986 se celebró su despedida del fútbol. En el estadio ‘Matute’ de Alianza Lima hubo casi 35 mil personas para despedir a su ídolo. Frente a él, una selección con muchos de los mejores jugadores de Sudamérica, como los chilenos Elías Figueroa y Carlos Caszely y los brasileños Paulo César y Marco Antonio, y a su lado, por primera vez con los colores de Alianza, ‘El capitán de América’ Héctor Chumpitaz.

Ni siquiera esta vez Cubillas traicionó las expectativas. El último gol del tres a uno final para su Alianza lo marcó él gracias a un penal que él mismo había ganado.

Treinta y siete años, después de una carrera de gran enjundia, es la edad adecuada para dejar la práctica del fútbol y dedicarse a su familia y, en particular, a la pequeña Johana.

Sin embargo, el destino, como sucede a menudo, decidió otra cosa.

Es el 8 de diciembre de 1987. Jugadores y técnicos del Alianza Lima regresan de su viaje a Pucallpa, donde por la tarde habían jugado y ganado un partido de liga contra el equipo local, el Deportivo.

El pequeño chárter que transportaba al equipo se hundió en el océano frente a Callào, el puerto más importante del país.

De los 44 que iban a bordo sólo hubo un superviviente: el piloto Edilberto Villar, principal responsable del siniestro.

Es una auténtica tragedia que conmociona a todo el país.

Los gestos de solidaridad son muchos.

Teófilo Cubillas no puede permanecer indiferente.

Vuelve al campo con ‘su’ Alianza, que lo necesita.

Faltan trece partidos para el final del campeonato.

Cubillas los juega todos, marca cuatro goles y ayuda a Alianza a alcanzar el segundo puesto en la clasificación final.

Jugaría un puñado de partidos más en Estados Unidos antes de colgar las botas de fútbol, esta vez para siempre.

A los cuarenta años, veinticuatro de ellos como futbolista profesional.

El futbolista peruano más fuerte de la historia”.

Nadie en Perú tiene una sola duda al respecto.

ANÉCDOTAS Y CURIOSIDADES

Escribir sobre los premios individuales conquistados por Teófilo Cubillas en su carrera sería llenar una página entera de este homenaje. Por ello, nos limitaremos a mencionar los principales, para resaltar la grandeza de este inmenso futbolista.

– Mejor jugador joven en el Mundial de México 1970

– Mejor futbolista de la Copa América de 1975

– Nombrado entre los 50 mejores futbolistas del siglo XX por la IFFHS

– Nombrado entre los 100 mejores futbolistas de todos los tiempos por World Soccer, Placar, France Football y FourFourTwo

– Mejor futbolista extranjero de la historia en el Oporto

– Mejor futbolista de la historia en el Fort Lauderdale Strikers

Teófilo Cubillas considera el gol contra Bulgaria en el primer partido del Mundial de México 1970 como el más importante de su carrera. Se jugó dos días después del terrible terremoto que asoló Perú.

Bulgaria ganaba por dos goles al comienzo del segundo tiempo.

Gallardo y Chumpitaz devolvieron la igualdad a Perú antes de que Cubillas, a falta de un cuarto de hora para el final, lograra el gol de la victoria peruana.

“Ese gol lo cambió todo. Nos devolvió la confianza a todos y sobre todo una sonrisa a mi gente que estaba sufriendo en su tierra”.

Perú volvió al Mundial de Argentina en 1978.

Y Cubillas demostró ser una estrella de primera magnitud. El partido decisivo para la clasificación, en un grupo en el que también figuran Holanda e Irán, es el primero de todo el grupo. Escocia y Perú se enfrentan en Córdoba el 3 de junio de 1978. Fueron los escoceses los que se adelantaron con un gol de Joe Jordan, pero tras el empate de César Cueto fue “El Nene” Cubillas el protagonista al marcar dos goles maravillosos. El primero es un lanzamiento desde fuera del área que se cuela por debajo del travesaño de Alan Rough, el portero escocés. Pero es el segundo gol, el del tres a uno final, el que pasará a la historia por su belleza y singularidad.

Hay un tiro libre a unos metros fuera del área escocesa, a unos metros del vértice izquierdo del área penal. Se espera el clásico remate con el interior del pie. Cubillas observa la colocación de la barrera y luego, con el exterior de su pie derecho, golpea el balón con tal fuerza y efecto que éste rodea la barrera escocesa y termina su carrera en el travesaño de los postes.

Pasará a la historia como uno de los goles de penalti más bellos de la historia del fútbol.

A continuación, Cubillas marcó un triplete contra Irán que clasificó a Perú para la siguiente ronda, donde llegaron tres derrotas, la última de las cuales fue la famosa contra Argentina, que logró clasificarse para la final contra Holanda gracias a una victoria por seis a cero sobre los peruanos. Respecto a los rumores, que nunca se han apagado definitivamente, sobre lo ocurrido aquella noche, Cubillas siempre ha dado una respuesta tajante y contundente. “Nadie vino a visitarnos al vestuario y nadie nos hizo promesas de ningún tipo. Jugamos el partido intentando ganarlo y en los primeros minutos incluso estuvimos muy cerca… sólo para derrumbarnos física y psicológicamente tras el tercer gol argentino.”

Cubillas jugaría otro Mundial en su carrera. El de España en 1982, pero sin causar tanto impacto como en los anteriores, siendo eliminada en primera ronda tras empatar con Italia y Camerún y caer claramente ante Polonia.

El ídolo absoluto de Teófilo Cubillas era Pelé, de quien Cubillas siempre ha admitido haberse inspirado desde su infancia.

Al final del Mundial de México 70, le preguntaron a Pelé si ésa sería su última Copa del Mundo.

“Aunque lo fuera, no hay que preocuparse. Mi sucesor ya está ahí: se llama TEOFILO CUBILLAS” fue la respuesta de “O’Rey”.

… Al parecer Cubillas, cuando se enteró de esta frase, no durmió por la noche…