A su llegada a Londres, en el aeropuerto de Heathrow, Clyde Best no encuentra a nadie que le dé la bienvenida. Del entrenador del West Ham encargado de recibir al joven de 17 años llegado de las Bermudas no hay ni rastro.

“Estaba completamente perdido. Esperé en vano la llegada de alguien del West Ham durante casi dos horas. En ese momento, la tentación de embarcar en el primer vuelo a casa era realmente fuerte. Pensé en lo mucho que había insistido en contra de los consejos de mis padres para tener esta oportunidad. En Inglaterra, en Londres, en el fútbol profesional”.

Ckyde Best estudia el plano del metro.

Pone “West Ham Station”.

Decide dirigirse hacia allí, convencido de que el club que debía recibirle en el aeropuerto se encuentra allí.

No será el primero ni el último en cometer este error.

Es domingo por la tarde y cuando se baja en la parada del autobús no hay mucha gente para pedir información.

El joven que llega de las Bermudas probablemente ya se esté arrepintiendo de no haber tomado la decisión que había “pensado” un poco antes y que consiste en embarcar en el primer avión que le habría llevado de vuelta a su soleado y tranquilo país.

Pero la suerte decide echar una mano al valiente y decidido joven de 17 años.

Un transeúnte se da cuenta del malestar de Clyde.

Le indica una casa cercana.

En esa casa vive Jean Charles, una señora inglesa que se casó con un hombre negro.

Sus hijos juegan en el equipo juvenil del West Ham.

Ckyde se dirige a esa casa.

Le acogen como a un hijo.

Ese seguirá siendo su hogar hasta que, varios años después, se case con Alfreda, la mujer de su vida, y se traslade con ella a una nueva casa.

Cuando empieza a jugar en el equipo juvenil de los Hammers, no hay nadie que no quede impresionado por la habilidad y la potencia de aquel gran negro.

Ron Greenwood, entonces entrenador del West Ham, no tiene la menor duda.

“Clyde es el adolescente más fuerte que he visto en un campo de fútbol”.

En agosto de 1969, cuando Clyde sólo tenía dieciocho años, debutó en las filas del West Ham.

Fue en Upton Park, contra el Arsenal, en uno de los muchos derbis londinenses.

Acabaría uno a uno y Clyde desempeñaría su papel, con gran personalidad.

Unas semanas más tarde llegará su primer gol con los colores de los “Hammers” londinenses.

Será en un partido de la Copa de la Liga contra el Halifax, ni siquiera diez días después de su debut oficial contra los Gunners.

Ron Greenwood cree ciegamente en él, pero no tiene intención de quemar al muchacho.

Tras un par de partidos, vuelve a jugar con los reservas, donde “hace sus pinitos” (y con sus 185 centímetros de músculo pone a prueba la resistencia de sus rivales) y marca con regularidad.

Se reincorpora al equipo el 27 de septiembre de 1969.

El West Ham acude a Old Trafford para disputar un partido de Primera División.

En el Manchester United juega uno de sus tocayos, cuyo nombre de pila es George y que un año antes había arrastrado a los “Diablos Rojos” a la Copa de Campeones.

“Me quedé impresionado. Nunca había visto a nadie hacer esas cosas con el balón a toda velocidad”, recuerda Clyde de aquel encuentro.

“Frankie (Lampard), que era el encargado de marcarle, incluso se esforzó. No podía hacer nada. Se caía, se volvía a levantar sin rechistar y empezaba a volvernos locos otra vez”.

El partido acabó 5-2 a favor del Manchester United, con dos goles de George Best.

Sin embargo, lo que Greenwood vio en aquel partido le convenció de que su gran chico negro era capaz de jugar en Primera División y de que su asociación con Geoff Hurst (el hombre de la tripleta en la final contra los alemanes que llevó a Inglaterra al techo del mundo) podía llegar a ser letal.

En el siguiente partido, el que el West Ham jugó en casa contra el Burnley, Clyde Best se confirmó en el once inicial.

Los “Hammers” ganaron por tres goles a uno y Clyde Best marcó un doblete.

Todo parece ir bien.

Un puesto de titular, goles y el cariño de sus compañeros, que le acogieron espléndidamente y le permitieron encajar con gran facilidad.

Clyde es también un referente para los muchos chicos antillanos que han llegado con sus familias en el reciente flujo migratorio. También hay muchos de ellos en las filas del West Ham, no sólo sus dos “hermanos” de madre Jean, John y Clive.

Para todos ellos, Clyde es el ídolo absoluto, más que Bobby Moore, Geoff Hurst, Martin Peters… los tres campeones del mundo que jugaban entonces en las filas de los Hammers.

El problema, sin embargo, es otro.

Clyde Best es prácticamente el único jugador negro de toda la Primera División.

Y se convirtió en un blanco fácil para los muchos racistas que había entonces en las gradas de los estadios ingleses.

No son sólo los fanáticos del Frente Nacional los que le gritan todo tipo de insultos y hacen ruidos de mono cada vez que Clyde se hace con el balón.

Hay toda una serie de aficionados “normales” a los que les cuesta aceptar que su isla está cambiando y que de las antiguas colonias cada vez son más los que buscan en Inglaterra un trabajo decente y la oportunidad de dar un futuro a sus familias.

“¡Era como una mosca en la leche!”, recuerda Clyde Best de aquella época con su gran autocrítica.

“Imposible no fijarse en mí. Había estadios en los que era realmente difícil concentrarse en el juego y hacer como si no pasara nada.

Hay ocasiones en las que es simplemente imposible.

Como en Goodison Park, donde juega el Everton.

Los insultos, los coros de desprecio, el grito del mono repetido sin cesar…

“Aquel día estaba realmente al límite”, recuerda Best.

“Recibí el balón en el centro del campo. Apunté al área contraria con el pie. Tenía una rabia dentro que quería destrozarlo todo. Salté por encima de dos rivales y el último, Terry Darracott, defensa del Everton, empezó a sujetarme por la camiseta y un brazo. Le arrastré detrás de mí hasta que llegué delante del portero del Everton. Hice una finta, él cayó y yo coloqué el balón en el fondo de la red. Aplaudí como nunca lo había hecho en mi vida”, dice Best con orgullo.

Un instante después, Joe Royle, delantero centro e ídolo de la afición del Everton, se le acercó.

“Clyde, es el mejor gol que he visto en este campo”.

Los primeros años en el West Ham son para Best los mejores y más productivos.

La pareja de ataque formada con Hurst funciona a la perfección.

A pesar de su enorme físico, su potencia y sus proezas aéreas, Clyde Best prefería actuar como segundo delantero, dejando a Hurst la tarea de “hombre-objetivo”, la principal referencia ofensiva.

Cuando Hurst fue vendido al Stoke City en el verano de 1972, Best se convirtió en el ‘9’, el clásico delantero del fútbol británico, el que casi siempre juega de espaldas a la portería y tiene que ‘levantar’ al equipo ‘desinflando’ balones desde la defensa para sus compañeros.

Best lucha en este papel y además hay otra característica que le distinguirá el resto de su carrera; sólo marca goles “bonitos”. No es un oportunista, no es especialmente astuto en el área y hay muy pocos “tap-ins” en su carrera.

En enero de 1976, sin haber cumplido aún los 25 años, Clyde Best dejó los “Hammers” para fichar por la recién creada liga estadounidense. Con los “claret & blue” anotó 58 goles en 221 partidos.

Sería en Estados Unidos donde jugaría prácticamente el resto de su carrera, incluso en la liga ‘Indoor’ que fue popular durante unos años y donde ganaría un título con los Tampa Bay Rowdies, convirtiéndose además en el máximo goleador de la liga.

Su único interludio europeo fue con el Feyenoord holandés en la temporada 1977-1978, en la corte del “mago” yugoslavo Vujadin Boskov. No sería una temporada para el recuerdo: sólo tres goles en veintitrés partidos antes de regresar a Estados Unidos en las filas del Portland Timbers.

Clyde Best pondría fin a su carrera en Los Angeles Lazers (también de la liga “Indoor”) con sólo 34 años.

“En algunas ocasiones hubo ofertas de la liga inglesa -dice Best-, pero para mí jugar en un club que no fuera el West Ham sencillamente no habría sido posible…”.

ANÉCDOTAS Y TRIVIALIDADES

Cuando Clyde Best llegó a Londres fue sólo para una “prueba”, una audición, con el equipo juvenil del West Ham. De hecho, su nombre fue apuntado por uno de los empleados de la selección de fútbol de Bermudas a Ron Greenwood, que accedió a ver al chico.

Como ya se ha dicho, bastaron unos días para convencer al buen entrenador inglés (fue él quien llevó a la selección inglesa al Mundial de España 1982) de que contratara a Best.

… en este punto es necesario recordar el motivo del abandono de Best en el aeropuerto …

Los responsables del West Ham esperaban a Clyde Best para el día siguiente, lunes, y por eso no se presentó a la cita.

¡Afortunadamente para el West Ham y para la historia del fútbol británico, Best decidió no tomar ese avión de regreso a las Bermudas !

Clyde Best no fue el primer futbolista negro que jugó en el fútbol inglés. Aparte de Arthur Wharton, Walter Tull, Lindy Delapenha (que jugó en el Middlesbrough con Brian Clough y se convirtió en uno de sus mejores amigos) y Teslim Balogun, Albert Johanneson fue el “de color” (como se llamaba entonces a los jugadores negros) más popular de la liga inglesa. Johanneson, que se convirtió en un ídolo absoluto en el Leeds United, fue el primer negro que jugó una final de la FA CUP, la de 1965, que ganó el Liverpool de Bill Shankly contra el Leeds de Don Revie.

Pocos años después del Clyde Best llegaron a la escena varios futbolistas negros, muchos de ellos de gran calidad. Entre los más populares están sin duda los tres del West Bromwich Albion.

Cyrille Regis, Laurie Cunningham y Brandon Batson fueron tres excelentes futbolistas de aquel equipo del WBA que llegó a situarse en los primeros puestos de la Primera División durante unos cuantos años.

Pero no fue el West Bromwich el primero en alinear a tres jugadores negros en sus filas.

Fue de nuevo el West Ham de Greenwood el que, en la Semana Santa de 1972, alineó en el derbi contra el Totthenam a Clyde Best y a otros dos prometedores jóvenes de la fértil cantera de los Hammers, el nigeriano Ade Cook y… ¡Clive Charles, uno de los hijos de la madre Jean!

“Fue algo increíble”, recuerda Best de aquel día. “Yo tenía veintiún años y Ade y Clive aún eran adolescentes. Ganamos el partido y Bill Nicholson, el entrenador de los Spurs, nos felicitó a nosotros y a nuestro juego”.

Tal y como cuentan muchos, no fue fácil para Best sobreponerse a los insultos y los improperios. Hubo estadios en los que a menudo no se limitó a unos cientos de invasores, sino que adquirió proporciones mucho mayores. Goodison Park, del Liverpool, y Elland Road, del Leeds, son estadios que Best recuerda como especialmente hostiles hacia él.

Sin embargo, lo peor nunca tiene fin. El episodio más significativo que marcaría de forma indeleble la carrera futbolística de Clyde Best ocurrió durante la temporada 1970-71, la segunda de Best como titular inamovible en el equipo.

La víspera de un partido en casa, en Upton Park, recibió una carta con el contenido más explícito jamás visto: “Si mañana tienes el valor de salir del túnel y saltar al campo, recibirás un buen chorro de ácido en esa cara morena”.

Best muestra la carta a Greenwood. La policía es alertada y despliega un cordón en la entrada del campo. Además, sus compañeros de equipo, Bobby Moore y Billy Bonds a la cabeza, se rodean para protegerle.

“No podía no salir al campo y dárselo a esos fanáticos, aunque debo admitir que estaba muy asustado. Afortunadamente, todo salió bien y esas cartas no volvieron a aparecer”, recuerda Best con alivio.

“A día de hoy todavía recuerdo las palabras de mi padre, que siempre me decía que cuando sales al campo no lo haces sólo por ti, sino por toda la gente del club. Desde las limpiadoras hasta las secretarias, pasando por el jardinero y todos aquellos cuyo trabajo también depende de lo que tú y tus compañeros consigáis en el campo. La gente que no tiene la suerte de ganar lo que tú y tus compañeros ganáis”, nos dice orgulloso Clyde Best en cada entrevista.

Harry Redknapp, su compañero de equipo en aquella época, aún recuerda su primer encuentro con Best.

“Los del primer equipo acabábamos de terminar el entrenamiento y, cuando nos disponíamos a entrar en el vestuario, nos fijamos en ese gigante negro que entrenaba con los juveniles. Parecía un chaval de 24 años en medio de unos chavales. Estaban ensayando centros y los disparos de sus compañeros acababan invariablemente por encima del travesaño o a varios metros de distancia. Luego le tocó a él. Le llegó un centro, paró el balón con el pecho y, antes de que tocara el suelo, lo metió por debajo del travesaño. Todos nos quedamos atónitos. Detrás de nosotros estaba nuestro entrenador, Ron Greenwood. Volvió y fue a hablar con el entrenador de los juveniles. Unos meses después, Clyde estaba en nuestro equipo.

Para ser justos, hay que decir que Clyde Best no tardó mucho en ganarse la simpatía de los compañeros más veteranos… gracias en parte a su pasión por la bebida, que le hizo ser aceptado de inmediato por el famoso ‘Booze Club’ del West Ham.

La noche que puso fin a la carrera de Jimmy Greaves con los Hammers londinenses se ha contado en repetidas ocasiones.

Ocurrió en enero de 1971, cuando el West Ham se desplazaba a Blackpool para disputar la tercera ronda de la FA CUP. Cuando el equipo de los Hammers llega a la ciudad costera, está cayendo una tormenta de nieve.

Es probable que el partido se aplace y, en ese momento, Jimmy Greaves, Bobby Moore, Brian Dear y nuestro Clyde Best no encuentran nada mejor que embarcarse en una “sesión” de bebida a todo trapo.

Se acuestan tarde y completamente borrachos.

Cuando se despiertan por la mañana llega la amarga sorpresa: hay un pálido sol brillando sobre Blackpool y cientos de voluntariosos seguidores de los “tangerines” (apodados así por el color naranja de sus camisetas) han limpiado el campo, dejándolo apto para el juego. El Blackpool “pasó” por encima de los fantasmas del West Ham por cuatro goles a cero y para Greaves y Dear fue prácticamente el final con el Club, mientras que Moore, una auténtica institución en el Club y el joven Best, se libraron de una multa y dos partidos en las gradas.

Por último, la anécdota que un “gigante gentil” como Clyde Best recuerda con más cariño.

“Un día me llegó una carta. Era de un ex policía, aficionado del West Ham, que admitía que había sido uno de los más prejuiciosos y abusivos conmigo desde las gradas de Upton Park. Me dijo que se había casado con una chica negra, que había tenido hijos con ella y que le había contado lo estúpido que había sido de joven. Y luego me pidió disculpas. Terminó la carta diciendo lo estúpido que era juzgar a un hombre por el color de su piel…”.