ERASMO IACOVONE: El corazón y el alma de Taranto
“¡Ahora también Roma!
Dicen que Gustavo Giagnoni, el entrenador de los Giallorossi, también está interesado en mí.
Tras vender a Pierino Prati a la Fiorentina, parece que no está contento con sus dos delanteros, Musiello y Casaroli.
Hace unas semanas fue el propio Fiorentina quien, al parecer, preguntó por mí al Presidente Fico.
En noviembre dijeron que los dos intentaron sacarme de aquí.
Todo muy favorecedor.
Pero todavía nadie me ha preguntado qué pienso.
Soy como un rey en Taranto.
Viajé por toda Italia antes de llegar aquí.
En Trieste incluso pensé en abandonar.
Jugar en la Serie C no te hace rico, y si eres delantero centro y en 13 partidos no marcas ni un solo gol… ¡pues me vienen a la cabeza algunos pensamientos negativos!
Luego, en Carpi, todo cambió.
No sólo porque marqué muchos goles y porque ascendimos de la Serie D a la Serie C, sino porque en Carpi, entre la gente maravillosa de allí, encontré al amor de mi vida.
Paola, la más bella de todas las bellas emilianas.
Me dará un hijo en unos meses.
Mi hijo nacerá aquí, en Taranto.
Y quizá crezca allí.
En medio de personas que me han querido desde el primer momento, a pesar de todo el dinero gastado en mi etiqueta.
Nunca he sentido desconfianza a mi alrededor.
La única esperanza.
La esperanza de una ciudad que crece, que da pan y trabajo a sus hijos y que ama el fútbol visceralmente, sin que el fútbol le devuelva nunca gran cosa.
Este año, sin embargo, ¡estamos soñando!
Nosotros los jugadores y toda la gente de Taranto que llena cada domingo nuestra pequeña Salinella.
Parece un estadio británico, todo madera y tungsteno.
Nos jugamos el ascenso a la Serie A.
Aparte del Ascoli, que realmente parece estar en otra categoría, con Catanzaro, Avellino, Monza, Ternana y Palermo será una batalla hasta el final.
Me lo estoy pasando como nunca jugando al fútbol.
El equipo es fuerte, muy fuerte.
Estamos muy unidos, somos un “grupo”, como dicen los entrenadores.
Nos queremos.
A mi lado tengo dos auténticos fenómenos.
Franco Selvaggi y Graziano Gori.
No soy tan bueno como ellos con los pies.
De hecho, de vez en cuando se me escapa el balón y mis compañeros se burlan de mí, diciendo que no puedo parar ni un saco de cemento…
Pero con sus pases y, sobre todo, sus centros, ¡también me hacen quedar bien!
No soy un gigante con mis 174 centímetros, pero consigo saltar con facilidad.
Llegué a Taranto la temporada pasada, procedente de Mantua, en el mercado de noviembre.
Marqué ocho goles en poco más de media temporada.
Todo por cabeceras.
Dicen que me parezco a Savoldi, el talentoso número 9 del Bolonia.
Quién sabe.
Todo lo que sé es que sería realmente maravilloso ir a la Serie A con Taranto.
Por supuesto, para ello necesitaríamos un poco más de suerte de la que hemos tenido hoy.
Con Cremonese aquí en Salinella, ¡el balón no quería entrar!
Ginulfi lo paró todo.
Menos mal que dijeron que era viejo y que no era el de la época romaní.
Y cuando no llegaba, los postes de la portería se encargaban de ello.
Hoy hemos pescado tres, dos yo y uno Franco.
Así fue.
Miremos hacia delante.
Por supuesto, 1978 podría convertirse en un año inolvidable.
Al final del verano llegará mi primer hijo y quizá unos meses antes también llegue el ascenso a la Serie A”.
Erasmo Iacovone no logrará el ascenso a la Serie A con el Taranto.
Erasmo Iacovone no volverá a jugar otro partido con Taranto.
Erasmo Iacovone no volverá a jugar un partido de fútbol.
… Erasmo Iacovone ni siquiera verá nacer a su hija.
Es el 5 de febrero de 1978.
Domingo por la noche.
Sus compañeros, al final de una desafortunada actuación contra el Cremonese, insisten en que “Iaco-gol” (como le llamaban todos los habitantes de Taranto) se una a ellos para pasar juntos la velada en “Masseria”, un conocido restaurante de la zona.
Erasmo no tiene ganas.
No le gusta salir.
Es una persona muy tranquila “todo campo de fútbol y casa”, como lo definiría su amigo y compañero Adriano Capra.
En una entrevista realizada unas semanas antes, Erasmo confesará que su afición es cocinar para él y su mujer Paola.
Ese domingo, Paola no es Taranto.
Está de vuelta en casa de sus padres, en Carpi.
Tiene una visita de control.
Está embarazada de su primer hijo.
Como todas las tardes hablan por teléfono.
Quizá sea Paola quien le convence para salir, para distraerse un poco y pasar una velada en compañía sin pensar constantemente en el fútbol, en partidos ganados o perdidos, goles marcados o fallados…
Al final, Erasmo se convence.
Sale de casa.
Se sube a su humilde Citroën Dyane 6 y se pone en camino para reunirse con sus compañeros en el restaurante.
Todavía está enfadado por lo ocurrido en el campo unas horas antes.
Ginulfi, el guardameta cremonés e histórico número 1 del Roma unos años antes, se lo paró todo y las pocas veces que no llegó, los postes le negaron el gol al bombardero de Taranto.
Un empate y un punto perdido en la carrera por el ascenso.
Después de cenar, Gori y sus compañeros le dijeron que también habría un pequeño espectáculo de cabaret.
Al fin y al cabo, unas risas podrían ser la panacea adecuada para su estado de ánimo… para olvidar los objetivos cercanos y, sobre todo, el alejamiento de su querida Paola.
Pasa la tarde con sus compañeros.
Una vez finalizado el espectáculo, el grupo de “solteros” del equipo desearía “amanecer” en otro lugar, pero a pesar de la insistencia de sus compañeros, Erasmo decide volver a casa.
Solo, como había llegado.
Son las primeras horas de la mañana.
Erasmus sale del restaurante y vuelve a subir a su Dyane.
Recorre unas decenas de metros por la carretera interior que conduce a la “Masseria” para incorporarse a la carretera estatal y regresar a Taranto.
En ese momento, llegó un coche.
Lo conduce Marcello Friuli, un delincuente local.
La policía le pisa los talones después de que Friuli haya forzado un control de carretera en su Alfa 2000 GT robado.
Viaja a una velocidad de locos.
La policía dirá que estaba cerca de 200 km por hora.
Pero sobre todo con los faros apagados.
Erasmo no puede verlo.
Su Dyane es golpeado de frente por el coche Friuli.
Erasmo es arrojado de la cabina.
Muere al instante.
Su cuerpo se encuentra a varias decenas de metros del coche.
Taranto se despertará unas horas después sin su ídolo, su emblema… su esperanza.
Una mujer, embarazada, se despierta sin su hombre.
La ciudad está atónita.
Nadie puede entender lo que ha ocurrido.
No ahora… no aquí… no ahora que nuestros sueños, gracias a ese humilde, bueno y valiente número 9 por fin estaban tomando forma…
La forma de este chico de un pueblecito de Molise que, tras vagar por Italia, había encontrado su paraíso en Apulia, trayendo consigo a su amor de Emilia.
Erasmo, que jugaba con el corazón en la mano y que parecía tener unos propulsores ocultos en la suela de las botas que le hacían saltar como un canguro a balones de cabeza que parecían inalcanzables… incluso para los que eran mucho más altos que él.
Hay mucha rabia por esta muerte absurda.
Hay muchos que no pueden aceptarlo.
Uno de ellos es el portero del Taranto, Zelico Petrovic, amigo íntimo de Erasmo, que apenas se contiene cuando acude al hospital donde estaba ingresado Fico, llegando incluso a romper un vaso con el puño en un intento de llegar al cuello del matón.
El presidente, Giovanni Fico, está desolado.
Su amado Taranto luchaba por algo nunca antes soñado.
Erasmo encarnaba este sueño más que ningún otro.
Para él, Fico había “roto la hucha” al gastarse más de 400 millones, una suma increíble para aquellos tiempos y para un jugador que nunca había jugado en la Serie A.
Fue idea suya, apenas dos días después de la muerte de Erasmo, bautizar el estadio con su nombre.
Taranto y sus gentes habían dejado de soñar desde aquella maldita noche de invierno.
El ascenso a la Serie A, tan cercano hasta aquel terrible 5 de febrero, pronto se convirtió en una quimera.
Sólo una victoria en los últimos 12 partidos sancionará, más que cualquier comentario, lo fundamental que fue Erasmo Iacovone para este equipo.
El fútbol de Taranto sigue atascado en ese día.
Desde entonces, mucha Serie C con algunas breves excursiones en la categoría superior e incluso la vergüenza del campeonato nacional de aficionados.
Sin embargo, nunca más se ha vuelto a hablar de la serie A.
Ni se ha soñado con ello.
En Taranto, sin embargo, todo el mundo conoce la historia de aquel Taranto y de Erasmo Iacovone.
Incluso los niños.
Transmitida de generación en generación, como solía ser.
Desde hace algunos años también hay algo tangible que ayuda al recuerdo de “Iaco-gol”:
Una estatua dedicada a él, colocada a la entrada del rincón más caliente de los aficionados de Taranto.
Se coloca sobre un pedestal.
Alto … para que todos puedan verlo.
En lo alto… como cuando Erasmus se elevaba en el cielo hacia el balón para enviarlo con uno de sus proverbiales marcos al fondo de la red…
Descanse en paz “Iaco”.
Para toda una ciudad y para los muchos que te querían, tu recuerdo nunca morirá.
Tomado de http://www.urbone.eu/obchod/storie-maledette
Este homenaje a Erasmo sólo ha sido posible gracias a la ayuda, el apoyo y la exquisita amabilidad de dos amigos: Adriano Capra, antiguo compañero de Erasmo en Taranto, y, sobre todo, la señora Paola Raisi, viuda de Erasmo, a quien nunca dejaré de agradecer que me haya permitido contar esta historia.