La Fiorentina de Fulvio ‘Fuffo’ Bernardini termina la temporada 1954-1955 en quinta posición. No es un resultado que satisfaga plenamente ni a él, ni a la directiva, ni siquiera a los aficionados violetas que, tras el tercer puesto de la temporada anterior, esperaban una Fiorentina capaz de socavar el dominio de los equipos del norte. Bernardini, que siempre había hecho de la técnica el aspecto principal de sus equipos, pidió a la directiva que reforzara el equipo con jugadores capaces de elevar el nivel de calidad del equipo.

El Presidente Enrico Befani se metió la mano en el bolsillo y satisfizo a Bernardini trayendo a Florencia al talentoso extremo brasileño Julinho (antiguo proyecto favorito de Bernardini) y a un delantero argentino casi desconocido llamado Miguel Ángel Montuori.

Pero si hay pocas dudas sobre el primero (sus actuaciones en el Mundial de Suiza del año anterior con la camiseta de Brasil hablaban inequívocamente de sus cualidades) hay muchas dudas sobre el segundo, y no del todo infundadas.

Montuori, nacido en Rosario en 1932 de madre argentina y padre italiano (un pescador napolitano), jugó un par de temporadas anónimas en Racing de Avellaneda antes de trasladarse a Chile.

Allí se fijó en él un sacerdote, un tal Padre Volpi, italiano apasionado por el fútbol, que lo recomendó calurosamente a la directiva de la Fiorentina.

La Universidad Católica de Santiago, sin embargo, no tenía intención de privarse de su joya, capaz de llevar al equipo al título con sus goles en la temporada que acababa de terminar.

Por dieciocho millones de liras, el acuerdo estaba cerrado.

Bastaron unos pocos partidos para darse cuenta de que Montuori valía todo ese dinero.

Primero un gol contra la Juve en el tercer partido del campeonato (¡una victoria viola a domicilio por cuatro goles a cero!), luego un doblete que eliminó al Torino en el Stadio Comunale en los últimos minutos, pero sobre todo un gol en el triunfo en San Siro contra el vigente campeón, el AC Milan, dejaron claro de una vez por todas que la Fiorentina había encontrado la cuadratura del círculo.

La consagración definitiva llegó el 31 de diciembre de 1955.

Se jugó el Nápoles – Fiorentina, que se adelantó un día con respecto a los demás partidos del campeonato. Se jugó en el Stadio Nazionale de Roma debido a la inhabilitación del campo del Nápoles y hubo una novedad absoluta: fue el primer partido de fútbol retransmitido en directo por la RAI.

El Fiorentina ganó por cuatro goles a dos. Montuori y Virgili marcaron un doblete cada uno, pero en los ojos y la memoria de todos quedará el primer gol de Montuori, anotado poco después de la media hora de juego.

El número diez morado recibió el balón en el borde del área. Amagó con un disparo con la derecha, pero en lugar de eso regresó y envió fuera la intervención de Tre Re, el defensa del Nápoles.

Se presentó solo ante Bugatti, el número uno del Nápoles.

Volvió a amagar el disparo, mandó a Bugatti a sus pies y metió el balón con la zurda en la portería desguarnecida.

Un gol “de antología”, como se decía entonces.

Sería el Viola al final de la temporada quien ganaría el Scudetto, el primero en la historia de la Società gigliata.

Montuori es el rematador con clase que juega por detrás del delantero principal, el poderoso Virgili. Con la velocidad y el desparpajo de Julinho en la banda, el Fiorentina disponía de un trío de delanteros de valor absoluto y la organización del juego que Bernardini había dado al equipo (el equipo sólo encajaría veinte goles en todo el campeonato) haría el resto.

Doce puntos de ventaja sobre el segundo (AC Milan) y una plantilla prácticamente perfecta, “ensuciada” únicamente por la derrota, la única en todo el campeonato, en la última jornada contra el Genoa en el Luigi Ferraris.

La clase de Montuori iluminó el Comunale y la afición viola lo eligió como ídolo indiscutible.

A diferencia de Julinho, que no logra superar la famosa “saudade” por su querido Brasil, Montuori ama Florencia y se integra perfectamente en la vida de la ciudad y de sus gentes.

Su simpatía, su amabilidad y su disponibilidad le hacen aún más querido por el pueblo violeta, loco por su número ’10’.

En la temporada siguiente, el Fiorentina no sólo se confirmó como un gran equipo en el campeonato italiano, acabando segundo por detrás del AC Milan, sino que los toscanos disfrutaron de un paseo simplemente suntuoso en Europa, que permitió a Montuori, Sarti y sus compañeros alcanzar la final de la Copa de Europa, que luego perdieron en el Santiago Bernabéu contra el Real Madrid, que no sólo contaba con una alineación “estelar”, sino que además se permitió el lujo de jugar la final en casa.

Pasaron las temporadas y la Fiorentina de Bernardini, con Montuori cada vez más líder indiscutible del equipo, continuó en lo más alto del fútbol italiano.

Mientras tanto, debutó con la selección italiana, de la que se convertiría, en el amistoso contra España de febrero de 1959, en el primer “oriundo” en llevar el brazalete de capitán.

Incluso tras las despedidas de Bernardini (que pasó al banquillo del Lazio) y Julinho (que regresó a Brasil), el Fiorentina siguió impresionando por sus resultados y su calidad de juego.

Junto a Montuori llegó un pequeño sueco, ágil y letal en el área. Se llamaba Kurt Hamrin y la química entre ambos se hizo proverbial.

En la temporada 1958-59, el Fiorentina seguía en segunda posición (todavía por detrás del AC Milan de José Altafini y Cesare Maldini), pero marcó la impresionante cifra de 95 goles, con 26 tantos de Hamrin y 22 de Montuori.

También en la temporada siguiente, la Fiorentina conseguiría un segundo puesto (el cuarto consecutivo tras el título de 1956), esta vez por detrás de la Juventus de Sívori y Charles.

Pero fue la temporada 1960-1961 la que pasaría a la historia del club toscano.

A pesar del bajón de rendimiento en el campeonato (sólo un 7º puesto), la Fiorentina se trajo a casa dos trofeos: la Coppa Italia, ganada en la final contra el Lazio, y la Recopa, conquistada contra el Glasgow Rangers, derrotado por dos a cero en el caos de Ibrox Park en la ida y por dos a uno en la vuelta en el Comunale.

Estos triunfos, sin embargo, se produjeron sin la contribución de “Miguel Ángel” Montuori.

De hecho, fue durante esta temporada cuando la mala suerte empezó a hacer mella en el campeón argentino, ya nacionalizado italiano y miembro permanente de nuestra selección.

Hace unas semanas, llegó al banquillo de los Viola un jovencísimo entrenador húngaro con un pasado futbolístico sencillamente legendario. Se llama Nándor Hidegkuti y fue uno de los grandes protagonistas del “equipo de oro”, la Hungría de los años cincuenta.

Aunque Hidegkuti introdujo cambios en el estilo de juego del Fiorentina, seguía considerando indispensable a Montuori, que entretanto se había convertido en capitán del equipo.

Sin embargo, Montuori tuvo varios problemas físicos esa temporada y, para evaluar su total recuperación, el “mister” húngaro decidió utilizarlo en un partido del torneo De Martino en Perugia.

Será el último partido que juegue Montuori en su carrera.

Se produce un desvío del portero del Fiorentina hacia el área donde se encuentra Montuori.

El balón pasa por encima de él y cuando Montuori se gira para perseguirlo, es alcanzado por la volea del defensa rival, que se encontraba a pocos metros de él.

El balón le golpea entre la sien y la oreja derecha.

Montuori cae al suelo inconsciente. Se recupera varios minutos después en los vestuarios.

El médico de la Fiorentina, Giusti, no consideró necesario ingresarlo en el hospital para realizarle controles.

Todo parece resuelto.

A la mañana siguiente, sin embargo, Montuori se encontraba mal. Ve “doble” y borroso.

En el hospital se comprueba que tiene la retina desprendida y, sobre todo, una terrible “diplopía”.

Largos meses en cama, casi siempre con una venda en los ojos para no forzar la vista mientras espera la operación.

La operación se lleva a cabo, pero con los buenos resultados de una vista totalmente recuperada llega también el diagnóstico definitivo de los médicos: el fútbol es un capítulo cerrado.

Con sólo 28 años, en el mejor momento de su carrera.

Su Fiorentina, su brazalete de capitán, su titularidad en la selección.

Todo se acabó. Para siempre.

ANÉCDOTAS Y CURIOSIDADES

La mala suerte, sin embargo, no dio tregua.

Poco después de la exitosa operación ocular llegó otro problema, aún peor que el anterior: parálisis en el lado izquierdo de su cuerpo.

Otra operación de urgencia, pero los problemas se prolongan durante algún tiempo.

Miguel Ángel ni siquiera puede realizar las tareas cotidianas más sencillas.

Necesitó una larga recuperación y rehabilitación antes de volver a una vida casi normal a principios de 1962.

Por fin parece que todo se ha resuelto. Montuori encuentra trabajo en un periódico local. Escribe bien, con gracia y creatividad, y durante su convalecencia ha desarrollado una gran pasión por el juego del ajedrez, en el que rápidamente se convierte en muy bueno.

No tiene suerte. La mala suerte sigue persiguiéndole. El periódico cierra y Montuori, sin trabajo, tiene que hacer frente además a unas migrañas cada vez más fuertes y persistentes.

En 1963 es operado de un aneurisma.

Otros tratamientos, otras terapias, otros largos periodos de reeducación.

Montuori no se rinde. Comienza a entrenar, principalmente a equipos de aficionados de la provincia de Florencia.

Algunos buenos resultados, pero como él mismo reconoce, “no tengo lo que hay que tener para ser entrenador”. No tardé mucho en darme cuenta”.

Mientras tanto, el dinero empieza a escasear.

Mucha gente le ofrece ayuda, pero Montuori es demasiado orgulloso y moralmente honesto para aceptarla.

Vende el piso en el que vivía en la ciudad y regresa a Chile con su amada Teresa y sus cuatro hijos.

Durante un tiempo no se tienen más noticias de Montuori.

De su estancia en Chile, el recuerdo más célebre se refiere a su gran pasión por el ajedrez, que le llevó incluso a derrotar al campeón nacional chileno Letelier en 1972.

En Florencia, sin embargo, nadie le ha olvidado.

En 1988, recibió una invitación de la afición, que decidió organizar una fiesta para homenajear a los tres grandes números “10” de la historia del Fiorentina: Giancarlo Antognoni, Giancarlo De Sisti y él, Miguel Ángel Montuori.

Sus antiguos compañeros le pagan el viaje desde Santiago.

A Montuori se le permite regresar a Florencia, donde es acogido con el afecto que se dispensa a las personas “especiales”.

En esas pequeñas vacaciones de finales de mayo, Miguel Angel y su mujer pueden ver también a sus dos hijos, que habían regresado a Italia años antes, y conocer a los dos nietos que tuvieron con su hija Olivia.

Las sorpresas, sin embargo, no acaban ahí.

La mayor llega cuando Miguel Angel y Teresa ya están pensando en el viaje de vuelta.

Se ha hecho una colecta entre antiguos compañeros y seguidores de la Fiorentina.

Hay una casa preparada para que Montuori y su mujer vivan y permitan a la pareja quedarse en Florencia el resto de sus vidas.

La ciudad de Florencia, conocedora de la pasión de Montuori por los libros, le ha encontrado un lugar en la biblioteca municipal y, mientras tanto, se ha convertido también en ojeador del equipo de fútbol del barrio donde vive Montuori.

El gran corazón de Florencia acoge así a uno de sus hijos predilectos, demostrando que todavía hay alguien que sabe dar importancia a la “memoria” y donde la palabra “gratitud” todavía tiene valor.

Que fueron sus cualidades humanas, incluso antes que las deportivas, las que hicieron que Montuori fuera tan querido en Florencia lo confirma una anécdota que salió a la luz muchos años después del suceso.

Pocos días después de la terrible inundación que asoló Florencia en noviembre de 1966, el propio Miguel Angel Montuori se presentó en el ayuntamiento.

Con él todos los trofeos que ganó a lo largo de su carrera. Copas, medallas y placas que decidió donar a la ciudad de Florencia para recaudar fondos tras la terrible tragedia que asoló la ciudad.

Fue el propio alcalde de Florencia, Pier Francesco Bargellini, quien llevó personalmente a Montuori sus trofeos.

“Son el recuerdo de toda su carrera. Le pertenecen y para ella deben permanecer. Pero permítame decirle que su gesto es de una nobleza extrema”.

Estas fueron las palabras del alcalde en aquella ocasión.

Miguel Angel Montuori falleció en “su” Florencia en junio de 1998 a la edad de 66 años.