“Que se jodan”.

Estas son las tres palabras de respuesta.

Las pronuncia un joven futbolista inglés de apenas 21 años.

Son las palabras que pronunció ante el comité de selección de 14 hombres de la selección nacional de Inglaterra, horas antes de saltar al campo en un prestigioso partido internacional.

“Sabes, ¿verdad, hijo, que a estas alturas sólo habrá un sitio en la grada para ti?”.

Se lo dice Tom Whittaker, que es quien dirige las sesiones de entrenamiento, pero que no influye en la elección de la formación.

“Que se jodan”.

Es la respuesta, idéntica, del joven defensa de los Leones de Inglaterra.

“Lo que quieras. Significará que otra persona jugará en su lugar”.

Pero, ¿qué ha podido pasar para que un futbolista inglés, y muy joven además, haya decidido preferir la grada antes que un puesto entre los titulares en un importante partido internacional con la camiseta de la selección de su país?

Es 1938.

Para la selección inglesa son años de embargo futbolístico autoimpuesto.

Demasiado orgullosos (¿o altaneros?) de su propia historia futbolística como inventores del juego más bello del mundo como para rebajarse a aceptar la comparación con otras naciones en competiciones oficiales. Mejor limitarse a unos pocos partidos amistosos, que siempre están bien remunerados económicamente.

Incluso para el próximo Mundial de Francia, la decisión de la Asociación Inglesa de Fútbol fue clara: “no participaremos”.

Ni siquiera cuando, con el célebre “Anschluss” sólo un par de meses antes, Alemania invadió Austria, anexionándosela y eliminando de hecho a sus antiguos vecinos de la siguiente Copa del Mundo en la que los austriacos estaban debidamente inscritos.

La vacante se ofreció a los ingleses, que volvieron a rechazar la invitación.

Una invitación, sin embargo, que no rechazarán para este partido del sábado 14 de mayo en el que la selección inglesa se enfrentará a Alemania.

Dentro de unas horas, las dos selecciones nacionales saltarán al campo en el Olympiastadion de Berlín (el que se hizo famoso por los Juegos Olímpicos dos años antes).

Los alemanes llevaban ya cinco años bajo el régimen totalitario del Partido Nacionalsocialista de Adolf Hitler y el Tercer Reich se encontraba en ese momento en el punto álgido de consenso entre la población teutona gracias también a una feroz y martilleante campaña de propaganda.

Esto incluye también la organización de este prestigioso amistoso en el que Hitler y sus acólitos se juegan otra importante tajada de su reputación, no sólo en el ámbito deportivo.

Las dos mayores potencias europeas enfrentadas en un campo de fútbol.

No se trata, como suele ocurrir, de un simple partido de fútbol.

La selección alemana, bajo la dirección de Sepp Herberger, viene de una racha de 16 resultados útiles consecutivos y la preparación para este partido es meticulosa.

Dos semanas de intenso entrenamiento en la Selva Negra para llegar a la cima para el encuentro con los maestros ingleses.

En cambio, Inglaterra acaba de terminar su agotadora temporada y el equipo está repleto de jugadores jóvenes de gran calidad pero relativamente experimentados.

El capitán de los blancos para ese partido será Eddie Hapgood, el único, junto con su compañero del Arsenal Cliff Bastin, que tiene más de 10 partidos en su haber con la selección nacional.

Sin embargo, unas horas antes del partido llega una extraña “invitación” directamente del Ministerio de Asuntos Exteriores británico al embajador británico en Alemania, Sir Neville Henderson.

Como forma de respeto hacia los anfitriones alemanes, los once ingleses tendrán que responder al unísono al saludo nazi cuando los equipos se presenten en el campo.

La noticia desconcierta un poco a los directivos ingleses, pero el comité que gestiona la selección no tiene más remedio que comunicar esta decisión “superior” a sus jugadores en la reunión previa al partido en el hotel donde se decide la formación y la táctica.

La noticia es recibida con gran sorpresa y también parece haber cierta vergüenza en los rostros de los jugadores británicos.

Pero también hay un silencio absoluto.

Rompe este silencio un joven futbolista de 21 años que ya es un pilar del Wolverhampton Wanderers y que ya ha disputado un par de partidos con la selección nacional absoluta.

Lo que dirá ya lo sabes.

Stan Cullis no jugará ese partido.

Jugará algunos más con la selección de Inglaterra antes de que el estallido de la Segunda Guerra Mundial interrumpa, a los 24 años, su carrera justo cuando un futbolista está a punto de alcanzar su plena madurez mental y física.

Inglaterra, ante 105.000 espectadores, entre ellos Hermann Goering, Rudolf Hess y Joseph Goebbels, ganaría el partido por 6 goles a 3.

Pero Stan Cullis, a diferencia del gobierno británico, de los dirigentes de la federación inglesa y de todos sus compañeros de aquella expedición a la Alemania nazi, será el único que podrá seguir recordando aquel día sin vergüenza.

ANÉCDOTAS Y TRIVIALIDADES

Stan Cullis jugó prácticamente toda su carrera en el Wolverhampton Wanderers, hasta el punto de que el gran Bill Shankly, su rival en tantas batallas en el campo primero y desde el banquillo después, dijo: “Un día vi a Stan Cullis sangrando. Te garantizo que… tenía la sangre tan amarilla y dorada como las camisetas de los Lobos”.

Sus dotes de liderazgo eran tan evidentes que cuando Cullis, en la temporada 1936-1937, tomó el relevo en el centro de la defensa del legendario Bill Morris, también heredó, con sólo 21 años, el brazalete de capitán.

En las dos temporadas siguientes, Stan Cullis fue fundamental para transformar a los “Lobos” en un equipo del más alto nivel.

Durante dos temporadas seguidas lucharon por el título, pero siempre acabaron segundos, por detrás del Arsenal y del Everton, respectivamente.

Esta última temporada será especialmente amarga para los Wolves de las West Midlands, que no sólo perderán el campeonato en las últimas semanas del torneo después de haber dominado durante buena parte del mismo, sino que además serán derrotados en la final de la FA CUP (contra el Portsmouth) convirtiéndose en el tercer equipo de la historia en “conseguir” el doble horror, es decir, acabar segundo en la liga y perder la final de la Copa.

El campeonato de la Primera División inglesa se reanudó en 1946. Habían pasado siete temporadas. Siete temporadas sacrificadas a la guerra. Pero las cosas, para el Wolverhampton, no han cambiado en absoluto.

El equipo sigue siendo del más alto nivel y, al igual que en las dos temporadas anteriores a la guerra, los “lobos” se encuentran todavía luchando por el título.

En esta ocasión, el rival es el Liverpool Reds.

Para el Wolves y sus apasionados seguidores es una temporada extraordinaria.

Todos están convencidos de que es el momento adecuado: el título de campeón de Inglaterra, por primera vez en su historia, irá a parar a manos de los amarillos y dorados de las West Midlands.

Para que este épico final de campeonato sea aún más épico, también está el hecho de que en el último partido del campeonato se enfrentarán el Wolverhampton y el Liverpool.

Los Wolves aventajan en un punto a los Reds de Merseyside y tienen una mejor diferencia de goles.

En resumen, dos de tres resultados útiles.

Y encima juegan en Molineux, la guarida de Wolverhampton, ante casi 51.000 espectadores.

El Wolverhampton, sin embargo, estaba contraído, nervioso y confuso.

El miedo a caer de nuevo en el último obstáculo es evidente.

El Liverpool dominó el partido en la primera parte.

Primero se adelantó por medio de Balmer, pero el gol de la eliminatoria final llegó unos minutos antes del final de la primera parte.

Hay un rebote largo del portero del Liverpool Sidlow sobre el que se aventura el número 9 de los Reds Stubbins. Corre hacia la portería contraria.

Stan Cullis lo aborda.

Stubbins toca el balón hacia delante anticipándose por poco a la intervención del capitán del Wolverhampton.

Poco daño ha hecho.

A Stan le bastaría con interponerse entre el delantero del Liverpool y el balón, moviéndole lo justo para desequilibrarlo.

Un penalti a casi 30 metros de la portería y quizás una advertencia oficial del árbitro.

Pero Stan Cullis no hace nada de esto.

Stubbins le superó en un sprint, alcanzó el balón y luego fulminó a Williams, el portero de los Wolves, con un fuerte disparo raso.

Resultaría ser el gol decisivo, no sólo del partido sino de toda la liga.

En la segunda parte, el Wolverhampton acortó distancias con Dunn, pero no consiguió marcar el gol del empate.

Habrá muchos que reprochen a Cullis su pasividad en esa jugada que, de hecho, decidió toda una temporada.

Algunos periodistas, al final del partido, se atreverán incluso a preguntarle por qué no recurrió a la falta en una acción tan decisiva.

“Simple” fue la respuesta de Stan Cullis.

“Porque no quiero ser recordado como el hombre que permitió a los Wolves ganar el primer título de su historia con un gesto deportivamente deshonesto”.

Y en esta frase está REALMENTE todo Stan Cullis.

Esta será también la última oportunidad de Stan Cullis de ganar el título con sus queridos Wolves.

De hecho, al comienzo de la temporada siguiente se produjo una grave lesión contra el Middlesbrough que, con sólo 30 años, le obligaría a retirarse de la actividad competitiva.

Sin embargo, en el Wolverhampton Wanderers Football Club, todos son conscientes de que el “conocimiento futbolístico” y el carisma de Stan no se pueden desperdiciar.

Y así, exactamente un año después, en junio de 1948, Stan Cullis se convirtió en el nuevo entrenador de los Wolves, con sólo 31 años de edad.

Él será quien reescriba la historia de este club, convirtiéndolo en uno de los equipos más fuertes de Inglaterra (ganando tres campeonatos y dos FA CUP) y de Europa durante más de una década.

Sí, de Europa.

Porque Stan Cullis será tan previsor y “adelantado” como para darse cuenta de que ha llegado el momento de que los clubes británicos salgan del absurdo autoaislamiento que siempre se han impuesto.

Así, en el Molinuex, uno de los primeros estadios ingleses dotados de iluminación para los partidos nocturnos, saltaron al campo en pocos años algunos de los más grandes equipos europeos.

Famoso en este sentido fue el partido jugado contra el gran Honved de Ferenc Puskas, Sandor Kocsis y Zoltan Czibor.

El partido se jugó el 13 de diciembre de 1954.

Ha pasado poco más de un año desde que la gran Hungría hizo trizas a la selección inglesa con un perentorio 6 a 3 en su sagrado terreno de Wembley.

Se jugó por la noche y la segunda parte, una primicia para la época, se retransmitió en directo por la BBC.

Cuando los aficionados británicos se pusieron delante del televisor para ver los segundos 45 minutos, el Honved ya ganaba por dos goles a cero, marcados por Kocsis y Machos en el primer cuarto de hora.

Lo que no pudieron ver fue una auténtica exhibición de fútbol por parte de los húngaros, cuya creatividad, técnica y organización del juego no tuvo parangón con el, aunque muy fuerte, equipo inglés.

En la segunda parte, mucha gente se conectó para admirar las hazañas de los grandes campeones húngaros. Lo que no podían esperar, sin embargo, fue una segunda parte dominada de forma clara y autoritaria por los amarillo-oro, que primero acortaron distancias con un penalti lanzado por Hancocks y luego completaron la remontada con dos goles en tres minutos del delantero centro Swinbourne.

¿Pero qué pasó? ¿Cómo ha sido posible esta transformación?

Stan Cullis se dio cuenta en el descanso de que no había ningún partido así, y que si se seguía así se corría el riesgo de una derrota peor que la que había sufrido la selección en Wembley el año anterior.

Hay dos movimientos: el primero es el de sortear su centro del campo con lanzamientos largos hacia los cuatro delanteros (dos centrales y dos exteriores) sorteando así la fortísima línea media húngara.

La segunda es aún más concreta: Cullis instruye a los cuidadores, recogepelotas y jugadores juveniles para que empapen literalmente el campo con agua, con el fin de mitigar la gran diferencia técnica entre los dos equipos.

Un relato confirmado por Ron Atkinson, un gran entrenador inglés de los años ochenta y noventa (WBA, Manchester United y Aston Villa, entre otros) que aquel día participó con varios compañeros de la cantera en la operación “pantano” en el descanso del partido.

Uno de los millones de espectadores que vieron ese partido en el Reino Unido, y que acabó enamorándose del Wolverhampton, fue un niño de ocho años de Belfast, Irlanda del Norte.

Se llamaba George Best.

Por último, nadie podría resumir a Stan Cullis en un pensamiento mejor que el gran Bill Shankly.

«Aunque Stan podía ser muy irascible y a veces incluso escandaloso, era una persona muy bondadosa y generosa. Una de esas personas que daría su último centavo a un amigo. Amaba a los lobos, habría dado su vida por ellos, pero sobre todo era una persona con una inteligencia muy por encima de la media que habría triunfado en lo que hubiera elegido hacer. Desde que se inventó el fútbol, me cuesta pensar en una persona mejor que él».

Stan Cullis, el hombre que se negó a inclinarse ante los nazis.