Cuando en el mítico Guerín Sportivo se comenzó a hablar del próximo Mundial de Argentina 1978, uno de los jugadores más mencionados fue este defensor de River Plate, con una trayectoria y estadísticas propias. De la Serie C argentina a la selección nacional en menos de tres años y con un puntaje entre apariciones y goles que hacía pensar en un volante ofensivo o un extremo más que en un defensor central. Cuando, después de tantos elogios a este jugador, auténtico líder de los “biancocelesti”, vi su foto en el Guerin Sportivo con la camiseta de la selección argentina, fue ‘amor’ a primera vista: Passarella era el primero de pie a la izquierda, brazalete de capitán, (recién heredado de Carrascosa, otra maravillosa historia de la que podéis leer aquí en el nuestro blog), cara dura a la antigua usanza y ¡cuatro buenos dedos más altos que todos los de la foto!

Me hicieron falta un par de partidos en los que, admirando sus increíbles dotes de liderazgo, una zurda terrorífica y sobre todo una elevación absolutamente alocada, tuve la duda de si Passarella no era tan alto… y de hecho pronto descubrí que no sólo medía 174 centímetros, sino que en todas las fotos oficiales se ponía estrictamente de puntillas, ¡pareciendo así al menos 10 cm más alto!

En el Mundial de Argentina fue un auténtico arrastrador. Excelente en la organización de la defensa, duro hasta los límites del penal en los enfrentamientos, muy bueno para poner en marcha la acción ya fuera saliendo de la defensa con el pie o con lanzamientos milimétricos de más de 40 metros. Letal en los tiros libres y desde el punto de penalti era prácticamente “desmarcable” en el juego aéreo. Tenía una plataforma de elevación, NBA o salto de altura absolutamente alucinante.

Verle salir triunfante al final de aquel Mundial con la Copa en las manos fue una gran satisfacción para un chaval como yo, que nunca había negado que apoyé descaradamente a los biancocelesti en aquel Mundial, esencialmente por la presencia de PASSARELLA en aquel excelente equipo.

Sólo supe varios años después en qué contexto se ganaron aquellos Mundiales, con un país aplastado por una de las dictaduras más sangrientas del siglo XX.

Para Passarella, su llegada al fútbol que cuenta no fue ciertamente todo sol y rosas.

Ni mucho menos.

Si uno nace en Chacabuco, a más de 200 km de Buenos Aires, las oportunidades de hacerse un nombre no son las mismas que para un chico de la capital, donde prácticamente todos los barrios tienen un equipo de fútbol profesional. Sin embargo, su garra, aún más admirable si se combina con su pequeña estatura, y su habilidad en el juego aéreo desde muy joven, no pasan desapercibidas para los grandes clubes de la capital.

Primero Boca Juniors, luego Independiente y, por último, Estudiantes ofrecieron una prueba al decidido muchachito con cara de indio, pero las cosas, por una u otra razón, no salieron como esperaba. A pesar de estos tres fracasos, Daniel no se desanima. Desde luego, no el que, de niño, primero se rompió una pierna en un accidente de coche junto a su abuelo materno (y por eso se obligó a aprender a jugar con la pierna izquierda, la sana, hasta el punto de convertirse en zurdo puro) o cuando recibió un golpe en la cabeza en un partido que le hizo pensar lo peor… ¡sólo para volver al campo a la semana siguiente!

Para él llegó el llamado de Sarmiento, un pequeño equipo de la Serie C donde, sin embargo, Daniel no tardó nada en imponerse como la promesa absoluta del fútbol argentino. Fue el gran Omar Sívori quien, recibiendo críticas entusiastas sobre aquel pequeño lateral (sí, porque en aquella época Passarella, tras un comienzo en la banda, jugaba de lateral izquierdo) y sobre todo después de verlo en acción en un amistoso contra la selección argentina de la que por entonces era seleccionador “El Cabezón”, decidió recomendarlo calurosamente a “su” River Plate, donde Passarella se impuso a la velocidad del rayo. Pronto le dieron la camiseta número 6, la asignada al líbero. Passarella, tras un breve periodo de adaptación, empezó a hacer lo que mejor sabía: organizar la defensa con sus proverbiales gritos o con reprimendas, todo menos educadas, a los compañeros culpables de no aplicarse a fondo a la causa como él exigía. Hubo bastantes a los que al principio les costó un poco aceptar que un chaval, mucho más joven que muchos de sus compañeros, se permitiera guiar y regañar con asiduidad, tanto en los partidos como en los entrenamientos, a compañeros mayores y ya consagrados.

Pero incluso aquí se tardó muy poco en darse cuenta de que lo de Passarella no era simple altanería o prepotencia, sino que se trataba de verdaderas e indiscutibles dotes de liderazgo que un par de temporadas más tarde fueron reconocidas incluso en la selección del “Flaco” Menotti, que se disponía a conquistar el primer Mundial de la historia del fútbol argentino.

Tras el Mundial, conquistado triunfalmente, los halagos de los clubes europeos no se hicieron esperar. Fueron sobre todo clubes españoles, con el Real Madrid a la cabeza, los que demandaron los servicios de Passarella. Pero “El caudillo” amaba a River y los hinchas y dirigentes lo adoraban a él. Passarella se quedó en River, que, al menos hasta 1981, fue uno de los equipos más grandes no sólo de Sudamérica sino del mundo entero, lleno de campeones de la talla de Luque, Fillol, Tarantini y el jovencísimo Ramón Díaz.

Entre otras cosas, porque en el horizonte estaba el Mundial de España, al que la selección argentina partía con grandes esperanzas de repetir el esplendor de cuatro años antes. Sí, porque a un equipo ya de por sí fuerte y aún más experimentado se le había unido un chaval de 21 años llamado Diego Armando Maradona. Desde luego, las cosas no salieron como estaba previsto y, aunque Argentina no desmereció en ninguno de los dos partidos de la segunda fase, fue derrotada primero por la Italia de Rossi y compañía y luego por las grandes estrellas brasileñas, Zico, Sócrates y Falcao.

En ese momento, con 29 años, Passarella decidió cruzar el océano. Gana la batalla por hacerse con sus servicios un club no de primera categoría, pero sí ambicioso y, sobre todo, regado de dinero por la familia Pontello: la Fiorentina.

El comienzo, sin embargo, no es nada fácil. El fútbol italiano era diferente del argentino, la relación con los Pontello no fue idílica desde el principio, y el entonces entrenador de la Fiorentina, De Sisti, quería limitar tanto su esfera de influencia futbolística (nada de incursiones ofensivas, sino la tradicional carrera libre detrás de todos sus compañeros) como su influencia personal (“tú eres uno de tantos, aquí el único que manda soy yo”). Passarella, sin embargo, no se rinde y a pesar de un comienzo difícil, incluso con la afición que no reconoce al campeón que él admiraba con la selección argentina, se adapta para hacer lo que le pide el entrenador, limitando su contribución en la fase ofensiva sólo en las jugadas a balón parado. Sin embargo, ese sentido de la abnegación, esa inmensa garra en querer dar su contribución a pesar de “autocastrarse” algunas de sus mejores cualidades, convenció incluso a los más escépticos y Passarella jugó tres temporadas más a un altísimo nivel, en la última de las cuales marcó la friolera de 11 goles, él un líbero “puro”. Al final de la temporada, quizá su mejor en la púrpura, la Fiorentina y los Pontello decidieron prescindir de él, más por motivos económicos y personales que técnicos, y así llegó la llamada del Inter de Trap, donde Passarella jugó dos temporadas sin llegar a rendir a un nivel más que decente. Estas temporadas en el Inter son desgraciadamente recordadas también por un feo episodio en el que su “sangre caliente” y su falta de autocontrol en los momentos agónicos más acalorados, alcanzaron desgraciadamente un clímax; durante un partido del Inter en Génova contra la Sampdoria, con el Inter perdiendo por un gol, un recogepelotas se retrasó en entregar el balón a Passarella para el saque de banda. Passarella, desconcertado por la actitud del chico, le da una patada.

Obviamente, se arma un revuelo en todos los medios de comunicación, Passarella es tildado de ogro brutal y violento y, a pesar de las repetidas rectificaciones y disculpas del propio Passarella, su imagen se ve inevitablemente empañada. Passarella regresó a Argentina, puso fin a su carrera en su querido River Plate y luego se embarcó en una carrera como entrenador, con éxito variable, recorriendo el mundo durante varios años, dirigiendo también a Argentina en la Copa del Mundo de 1998 y luego a la selección nacional de Uruguay en la Copa del Mundo de 2002. En 2006 regresó a su querido River y luego asumió como Presidente del Club entre 2009 y 2014.

Aquí también dio otra muestra de una fortaleza de carácter casi indomable: durante su “reinado” los Millonarios sufrieron la vergüenza del descenso en 2011. Passarella vivió meses infernales, entre amenazas de muerte, insultos e improperios a todos los niveles. No se rindió: se mantuvo al frente del club, llevándolo, junto al talentoso Matías Almeyda como entrenador, de vuelta a la máxima categoría. En la temporada siguiente incluso alcanzó el título con su amigo Ramón Díaz en el banquillo.

El último ‘regalo’ del cuestionado Passarella a sus queridos ‘Millonarios’ es probablemente el más importante de todos: es precisamente ‘El Caudillo’ quien en junio de 2014, en lugar del renunciante Ramón Díaz, convence al joven Marcelo Gallardo, ex gran volante del club pero con apenas una breve experiencia en Uruguay como entrenador, para sentarse en el banco riverplatense. También aquí hubo interminables polémicas y discusiones sobre la elección de Passarella, sobre todo por parte de quienes consideraban al ‘Muñeco’ todavía demasiado inmaduro para semejante responsabilidad.

… En pocas temporadas, Marcelo Gallardo se convertiría en el entrenador más importante y exitoso de la historia del club.

ANÉCDOTAS Y CURIOSIDADES

Como todos en su familia, “El Mocho” (éste era el apodo de Passarella de niño) era un ferviente “hincha” de Boca Juniors y Ángel Clemente Rojas conocido como “Rojitas” era su gran ídolo.

Fue en Boca, donde soñaba con jugar, donde Passarella tuvo que aceptar una de las mayores humillaciones de su carrera.

En 1970, superando la competencia de varios clubes argentinos, Boca Juniors le ofreció a Passarella incorporarse al sector juvenil.

Fue huésped durante casi tres meses en la ciudadela deportiva del club, la famosa “Candela”.

El gerente del sector juvenil, Bernardo Gandulla, le dice que puede dejar su trabajo como obrero en Chacabuco y considerarse jugador de Boca.

Pocos días después llega un tal Campos como nuevo entrenador de las inferiores de Boca… quien tras un par de entrenamientos le hace saber al club que no necesita a Daniel Passarella.

Todavía no se había firmado ningún contrato y Passarella tuvo que volver a Chacabuco con el rabo entre las piernas … y un odio, que nunca se calmó, hacia Boca Juniors.

Nada parece salir bien en esos años. Las frustraciones se suceden sin interrupción.

Al año siguiente, en 1971, es Independiente quien le ofrece un período de prueba. Passarella es utilizado como mediocampista central. El entrenador, “El Pipo” Ferreiro, se entusiasma. Le comunica al padre de Daniel que le ofrecerán un contrato.

Cuando por fin todos los documentos están listos, se dan cuenta de que se ha cerrado el plazo de fichajes.

El traspaso ‘salta’.

Al año siguiente, con el Estudiantes, la historia se repite. Tres meses a prueba, todo listo para firmar cuando llega al club media revolución. La mitad de la dirigencia y casi todo el cuerpo técnico son reemplazados, incluido ‘El Cochero’ Antonio, que había pedido expresamente a Passarella.

Tercer triste regreso a Chacabuco…

Incluso para alguien tan “duro” y decidido como Passarella esta vez es demasiado. “Basta. No audiciono más. Me quedo en Chacabuco y el que me quiera viene acá a comprarme’.

Es su padre quien convence a ‘El Mocho’ para que no se rinda.

“Hijo, los buenos siempre surgen tarde o temprano. A ti también te llegará el turno”.

Todo cierto. En 1973, cuando Passarella ya tenía veinte años, fue un pequeño club, el Sarmiento de Junín, que jugaba en la Primera C (la tercera división de la liga argentina) el que lo fichó.

Tras varios meses calentando banquillo a las órdenes del entrenador Villafane en el Club llega ‘El Tucumano’ Hernández. Inmediatamente lo inserta en el equipo como lateral izquierdo. Passarella ‘explota’. Juega a un nivel altísimo, se hace insustituible en el Club e incluso termina la temporada con 15 goles como botín personal.

También en 1973, mientras Passarella era jugador de Sarmiento, llegó el punto de inflexión. A Junín, una localidad de la provincia de Buenos Aires ubicada a orillas del río Salado del Sur, llegó la selección argentina, dirigida en ese momento por el ‘Cabezón’ Omar Sívori, para disputar un partido amistoso.

El día anterior al partido se lesionó el lateral izquierdo de la selección argentina Antonio Rosl y Passarella fue convocado para jugar en su lugar con la selección argentina.

Para todos sería una oportunidad de oro.

No para Passarella.

Jugaré para mi equipo, Sarmiento de Junín. No me interesa jugar con la selección. Si tuviera que hacer un buen partido, todos dirían que sólo sería porque juego entre los mejores del país”.

El caso se queda a medias, pero Passarella no se rinde.

Al día siguiente salió a la cancha con Sarmiento, en la ‘cancha’ fue uno de los mejores jugando en la marca del gran delantero de Boca Ramón ‘Mané’ Ponce e inevitablemente llamando la atención del mismísimo Sívori, quien le aconsejó encarecidamente al entrenador de River Plate, ‘Pipo’ Rossi, que comprara al pibe horrible y testarudo.

Unas semanas más tarde, Daniel Alberto Passarella dejó Chacabuco por Buenos Aires… esta vez para no volver jamás.

Es en el famoso ‘Torneo del Verano’, a principios de 1974, donde Néstor Rossi pretende hacer debutar al joven Passarella.

No en un partido cualquiera, sino en el “Superclásico” del fútbol argentino: contra Boca Juniors.

El diálogo entre ambos quedó en la historia riverplatense.

“Hijo, ¿te sentís en condiciones de jugar un partido tan importante?”, le pregunta el entrenador a Passarella.

“Perdóneme entrenador. ¡Me siento con muchas ganas ! … la pregunta es si usted tiene ganas de ponerme en la cancha” es la brillante respuesta de Passarella.

En River Plate Passarella jugaría probablemente los mejores años de su carrera, ganando 7 títulos nacionales y siendo el único jugador en la historia del fútbol argentino en haber ganado los dos títulos de “Campeón del Mundo”, habiendo formado parte del plantel tanto en 1978 (donde se reveló al mundo como uno de los mejores defensores del planeta) como también en 1986 donde por problemas físicos aún no pudo jugar un solo minuto.

No cabe duda de cuál fue el punto culminante de la carrera de Daniel Alberto Passarella: ganar el título mundial de 1978 con su selección argentina en el Mundial organizado en el país durante la sangrienta dictadura de Videla.

Fue el propio Passarella, como capitán, quien levantó el trofeo al cielo aquella noche en Buenos Aires.

La historia de aquel brazalete de capitán que dejó vacante el ‘Lobo’ Carrascosa, auténtica mano derecha de César Menotti en Huracán primero y en la selección argentina después, es una de las más debatidas de la historia del fútbol argentino.

Lo cierto es que, para sorpresa de muchos, César Menotti eligió al entonces joven Passarella, de 24 años, como capitán de su selección.

‘El gran capitán’ nunca decepcionó y fue su capacidad de liderazgo lo que impresionó a los observadores durante aquel Mundial.

Al final del Mundial de 1982, que terminó con la eliminación en segunda ronda a manos de los Azzurri de Bearzot, la federación argentina decidió un cambio radical: en lugar de César Menotti, convencido jugador ofensivo y fiel a la más pura tradición del fútbol argentino, hecha de creatividad y técnica, llegó Carlos Bilardo, ‘ahijado’ de Osvaldo Zubeldia, famoso entrenador de Estudiantes, que hizo de la preparación física y la organización defensiva (y de un juego duro e intimidatorio) sus dogmas absolutos.

Lo primero que hace Bilardo es quitarle el brazalete de capitán a Passarella para entregárselo al indiscutido “crack” del fútbol mundial: Diego Armando Maradona.

Quitarle el brazalete es una cosa, sacarlo del once titular (como le gustaría a Dieguito) es otra.

Sobre todo cuando, en el partido decisivo por la clasificación al Mundial de México contra Perú, fue Passarella quien le dio a Ricardo Gareca la espléndida asistencia para el gol decisivo.

… La ‘venganza de Moctezuma’ y algunos extraños juegos políticos le quitarán, sin embargo, a Passarella la posibilidad de ganar su segundo Mundial en la cancha.

Para terminar, una figura que quizás cuente la grandeza de este defensor central mejor que muchas palabras.

Este es el balance de la carrera de Daniel Alberto Passarella: 175 goles marcados en 611 partidos oficiales.

… una cifra que haría felices a muchos delanteros…