“No podía decir que no.

No a mis viejos camaradas de muchas batallas en las que con nuestro pequeño equipo intentamos, a menudo con éxito, mantenernos en pie contra grandes equipos como el Gradanski Zagreb, el Hajduk Split o mis viejos camaradas del FK Jugoslavija.

No podía decir que no a mi amigo Milovan Jakšić, ‘el gran Milovan’, el único de mis compañeros del BASK que estuvo conmigo en el barco que nos llevó a Uruguay en 1930 para jugar el primer Mundial de la historia.

No podía decir que no a nuestros aficionados, que venían por todos los medios a ver nuestros partidos, incluidos los que incluso recorrían 70 u 80 kilómetros en bicicleta para seguirnos cuando jugábamos lejos de Belgrado.

No podía decir que no.

Aunque hace ya varios años que no juego al fútbol.

Ya he cumplido los treinta y siete y ahora hay otras prioridades en mi vida que son mucho más importantes que correr detrás de un balón… aunque lo disfrutara mucho y no lo hiciera nada mal.

Tengo dos hijas maravillosas, Gordana y Mirjana, que ya no tienen madre.

A mi querida Ella se la llevó la tuberculosis hace casi cinco años y el tiempo que paso con ellas es el más importante de mi vida.

El resto se lo dedico a mis pacientes.

Soy médico.

Nunca dejé de estudiar, ni siquiera cuando jugaba al fútbol en el FK Jugoslavija y en la selección nacional de mi país.

Desde hace un par de años, sin embargo, han llegado más problemas.

En forma de invasores crueles y despiadados de un país que ni siquiera limita con nosotros, sino que está dirigido por un loco criminal con delirios incontrolados de grandeza.

Y no puedo quedarme de brazos cruzados.

Amo a mi país, que siempre me ha dado todo lo que he necesitado.

Ahora ha llegado el momento de corresponder.

Muchos lo estamos haciendo, aunque sabemos que son despiadados y que cuentan con la ayuda de malvados traidores a nuestro país, en primer lugar ese títere que han colocado a la cabeza de nuestro gobierno.

Pero me alegra jugar a este juego.

Al menos durante noventa minutos no tendré que pensar en otra cosa que no sea intentar hacer lo que he estado haciendo durante años: parar a mis adversarios, mantenerlos lo más lejos posible de nuestra portería y… tal vez lanzarla al fondo de la red desde el otro lado con uno de mis remates de cabeza.

Es el 24 de mayo de 1943.

Han pasado poco más de dos semanas desde aquel partido, que no era más que un encuentro conmemorativo para celebrar los 40 años del BASK, el equipo en el que “Milutinac”, como le llamaba todo el mundo, había puesto fin a su carrera casi ocho años antes.

Su nombre era conocido por las autoridades locales, serviles a los nazis de Hitler.

Ya había sido detenido, golpeado y encarcelado varias veces.

Esta vez, sin embargo, cuando llaman a su puerta en mitad de la noche, son muchos los que van a buscarle.

“Es uno de los líderes subversivos comunistas, alguien que trabaja encubierto para los partisanos”.

Este es el “chivatazo” de algunos de sus compatriotas.

No habrá juicio ni pena de prisión.

A la mañana siguiente, Milutin Ivković será fusilado por sus compatriotas en nombre de la cobardía de quien mata a un hermano para cumplir los deseos de invasores extranjeros.

Nunca se encontrará el cadáver, pero como dice un viejo proverbio navajo: “No necesito una tumba para ser recordado. Si he vivido dignamente se me puede encontrar en cualquier parte”.

ANÉCDOTAS Y TRIVIALIDADES

Milutin Ivković ingresó en las categorías inferiores del SK Jugoslavija, el equipo que en 1945 se convertiría en el Crvena Zvezda o Estrella Roja. Su talento va acompañado de un físico poderoso y una gran determinación.

Es un líder nato y gracias a su poderío físico se despliega en defensa, papel en el que desempeñará toda su carrera. Rápidamente se convierte en el líder del equipo con el que ganará dos títulos, en 1924 y 1925.  En octubre de 1925 debutó con la selección yugoslava, con la que jugó treinta y nueve partidos, el último de ellos contra Francia en diciembre de 1934.

En 1930, a la edad de veinticuatro años, embarcaría en el buque que llevaría a Yugoslavia al primer Campeonato del Mundo, el que se celebraría en Uruguay.

Los yugoslavos no sólo serían el único equipo europeo de los cuatro que zarparon de Europa (los otros eran Bélgica, Francia y Rumanía) en superar la primera ronda, sino que, tras vencer por dos a uno a Brasil, uno de los favoritos del torneo, se enfrentarían en semifinales al anfitrión, Uruguay.

Será un auténtico asalto.

Tras adelantarse con un gol de Vujadinovic, los “plavi” se vieron alcanzados y superados antes de que les anularan un gol por un fuera de juego muy dudoso.

El verdadero escándalo se produjo unos minutos más tarde, cuando el delantero uruguayo Peregrino Anselmo depositó en la red el gol del tres a uno… ¡tras haber recibido un pase de un policía que había pateado hacia él un balón que salía del rectángulo!

Al parecer, en aquella ocasión Ivković, capitán de Yugoslavia, se dirigió al director del partido, el brasileño Almeida Rego, pidiéndole explicaciones por una acción tan descaradamente irregular.

“Tenía que hacerlo así, hijo. Es la única manera de salir vivos de este campo”.

Cuenta la leyenda que incluso un personaje tan orgulloso y rebelde como ‘Milutinac’ evitó por una vez la polémica…

Evidentemente, el escandaloso arbitraje no fue bien digerido por los eslavos, que decidieron sobre la marcha regresar a casa, negándose a jugar la “final” por el tercer y cuarto puesto contra Estados Unidos. En la alineación ‘all-star’ del torneo, la de los once mejores jugadores del evento, había nueve sudamericanos (siete uruguayos y dos argentinos) y sólo dos jugadores de otras naciones: el delantero estadounidense Bert Patenaude y… ¡Milutin Ivković!

Al parecer, durante aquel Mundial ‘Milutinac’ recibió ofertas de varios clubes de Brasil, Uruguay y Argentina para convencerle de que se quedara a jugar profesionalmente en esos países. Esta vez no fue sólo el amor por su país natal lo que le convenció para regresar a Serbia.

Le esperaba su amor, Ella, con la que se casó pocas semanas después de regresar del Mundial.

En 1934, el robusto defensa serbio (medía 188 centímetros) se licenció en medicina. Poco después abrió una consulta en Belgrado, especializada en dermatología.

Fue en esta época cuando su implicación política cobró importancia. El creciente peligro de la Alemania nazi le empujará a convertirse en uno de los promotores en su país de la campaña de boicot a los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936.

En 1938, el año de la muerte de su esposa, se convierte en redactor del periódico de las Juventudes Comunistas llamado “Miadost” (Verdad).

Cuando Alemania, apoyada por la Italia de Mussolini, invadió Yugoslavia en junio de 1941,

Milutin Ivković pronto se dio cuenta de que no sólo había que luchar contra los enemigos invasores, sino también contra los terribles “Ustasha”, un grupo clerical-fascista que se convirtió inmediatamente en aliado de alemanes e italianos.

Desde el comienzo de las hostilidades iban a tener en su “punto de mira” a los torturadores de “Milutinac”.

La mañana del 25 de mayo, cuando es conducido al campo de concentración de Banjica, Ivković no tarda en darse cuenta de que su destino está sellado.

Se dice que por un momento consiguió zafarse de las garras de sus torturadores y acercarse lo suficiente al comandante del campo, Svetozar Vujković, para escupirle a la cara.

Milutin Ivković es uno de los pocos en la historia del fútbol serbio que es recordado por igual por los dos grandes rivales futbolísticos de Belgrado.

Ya en 1951, las autoridades erigieron una estatua en su memoria en el estadio del JNA, actual estadio del FK Partizan, y una calle adyacente con su nombre, Rajko Mitić (la famosa ‘Marakàna’).

Por último, en 2013 se erigió una estatua en su honor a las afueras del mismo estadio.