“No me importa lo que digan los médicos.

No han jugado al fútbol.

No saben lo que es haber corrido sobre el césped de Goodison Park.

No saben lo que es haber marcado cientos de goles con la camiseta del Everton Football Club.

Sé todas esas cosas.

Y sé que ciertas sensaciones sólo se pueden sentir si las has experimentado directamente.

Fue en marzo de 1925 cuando mi padre me dijo que el Sr. Thomas McIntosh, entrenador del Everton Football Club, me estaría esperando en el hotel Woodside para ofrecerme ser jugador de los “Blues” y dejar el Tranmere Rovers, donde había comenzado mi carrera profesional poco más de un año antes.

Aquel día corrí los casi cinco kilómetros que separaban mi casa de Birkenhead de aquel hotel.

Jugar en el Everton era mi sueño.

No había tenido otra desde el día en que mi padre me llevó a Goodison por primera vez.

Yo tenía entonces ocho años y el Everton era el equipo más fuerte de Inglaterra.

Durante los diez años siguientes no pude pensar en otra cosa.

Anhelaba estar algún día allí, en medio de aquel campo, ante los 30.000 delirantes aficionados que llenaban las gradas de aquel magnífico estadio para marcar los goles que traerían muchos más trofeos a “mi” vitrina del Everton.

Con cada gol que marcaba con el Tranmere (y marqué 27 en 30 partidos) esperaba que hubiera algún ojeador del Everton en las gradas que pudiera hablarle de mí al señor McIntosh.

Los primeros en presentarse fueron el Arsenal y el Newcastle. Dos grandes equipos de verdad.

Pero no quería ni al Arsenal ni al Newcastle.

Sólo quería al EVERTON FOOTBALL CLUB.

Nunca me he arrepentido de esa elección.

Nunca.

Ni siquiera en mayo de 1930, cuando descendimos a Segunda División.

Todos los grandes equipos del país se presentaron, convencidos como estaban de que “Dixie Dean nunca aceptaría jugar en Segunda División”.

… había rumores de que los de las camisetas rojas que jugaban al otro lado de Stanley Park también habían intentado …

¡Qué equivocados estaban todos!

Se lo dije a nuestro Jefe desde el principio.

“Dile a todos esos buitres que no me muevo de aquí”.

Sólo permanecimos en Segunda División una temporada.

Y no podría haber sido de otra manera.

Éramos todo un equipo.

Conmigo estaban Cliff Britton, Warney Cresswell y Tommy Johnson, y sabíamos que nuestro lugar estaba en la Primera División… pero ni siquiera nosotros podíamos imaginar lo que ocurriría a los dos años de nuestro regreso a la máxima categoría.

En cuanto volvimos a la Primera División, ganamos la liga enseguida y al año siguiente la FA CUP, el sueño de todo futbolista.

Realmente fue un día especial.

Y por más de una razón.

Fue la primera vez en una final de la Copa de la FA que los futbolistas llevaban números en la espalda. Los números del Everton del 1 al 11 y los del Manchester City, nuestro rival ese día, del 12 al 22… ¡pero empezando por el portero en orden inverso!

Ganamos por tres goles a cero y fue una de las mayores alegrías de mi carrera.

También marqué un gol, el segundo.

Una bola en forma de campana se elevó en el área pequeña. Me corrí como una furia.

Todos acabamos en el fondo de la red. Yo, el portero del City Langford y, afortunadamente, también el balón.

Fueron temporadas inolvidables aunque sabía que no podían durar para siempre.

Todos los golpes que recibí en aquellos años de la treintena empezaron a pasarme factura.

En 1937 dejé el Everton.

Digamos mejor.

Ya no era indispensable para el equipo.

Lo acepté de buen grado.

Doce años es mucho tiempo y, para entonces, nadie podría quitarme todos los goles marcados, los triunfos y los maravillosos recuerdos de aquella época.

Todavía jugué un par de años.

Pero nunca fue lo mismo.

El ambiente de Goodison Park no lo respiraría en ningún otro sitio.

He tenido mis achaques. Ahora me muevo en silla de ruedas y mi pierna derecha, la que marcaba al menos la mitad de mis goles (los otros los marcaba con la cabeza) ya no la tengo.

Tuvieron que amputarlo hace unos años.

Pero la vida sigue y hoy mis hijos me acompañarán a Goodison.

Me sentaré en las gradas y disfrutaré del derbi contra los “camisetas rojas” y quién sabe… quizá uno de los camisetas azules marque un gran gol de cabeza y quizá alguien más del público diga “¡madre mía qué gol! Sólo Dixie Dean podía marcar goles así…”.

Es el 1 de marzo de 1980.

Tras años de ausencia de la escena pública debido a problemas de salud cada vez más graves, William Ralph Dean, conocido como “Dixie”, regresa a Goodison Park.

La acogida está reservada a los grandes, porque nadie, ni siquiera los aficionados más jóvenes, desconoce su nombre y su historia.

Para ellos, verle en persona es poner cara a una auténtica leyenda.

Se juega el derbi entre el Everton y el Liverpool, histórico rival de la ciudad.

Son años difíciles para los “Toffees”, que no sólo luchan por volver a los primeros puestos del fútbol inglés, sino que además tienen que soportar el poderío abrumador de sus “primos”, que desde hace tres décadas son el club más laureado de Inglaterra y uno de los más fuertes de todo el continente.

El Everton languidece en la parte baja de la tabla, mientras que el Liverpool ya lidera la liga. Tras media hora de juego, el partido ya parecía “congelado” para los Reds de Bob Paisley. David Johnson y Phil Neal de penalti pusieron al Liverpool dos a cero arriba y durante el resto del partido contuvieron los ataques de los Blues del entrenador Gordon Lee sin demasiadas dificultades.

A falta de media hora para el final, el Everton jugó a la desesperada. Entra Peter Eastoe, delantero, en lugar del central Nulty.

Fue Eastoe quien, a falta de unos diez minutos, reabrió el partido.

El final fue convulso. El Everton se lanzó al ataque en busca del empate respaldado por los más de 53.000 espectadores.

En las gradas, sin embargo, hay cierta agitación.

Hay personas que llaman la atención del personal médico en los laterales.

Dixie Dean sufre un ataque al corazón, que se repetirá, fatal, poco después del final del partido.

Sucederá allí mismo, en Goodison Park, donde sus hazañas, a pesar de las escasas imágenes disponibles, serán recordadas para siempre.

Será en ese césped donde se esparzan sus cenizas, porque allí quedó el corazón de Dixie Dean, el mejor delantero centro inglés de la historia.

 ANÉCDOTAS Y CURIOSIDADES

Los orígenes del apodo “Dixie” no están del todo claros.

Aunque a Dean no le gustaba demasiado este apodo (solía firmar con el nombre de “Bill” y así le llamaban en el círculo de amigos y familiares), la teoría más creíble es que este apodo procedía de su aspecto físico, con el pelo muy negro y una tez mucho más oscura que la clásica británica, lo que le hacía parecer un habitante de los estados sureños de EE UU, a los que ya de niño apodaban “Dixie”.

En el verano de 1926, poco más de un año después de su llegada al Everton, Dean sufrió un grave accidente en el norte de Gales cuando iba en moto con su novia.

El estado de Dean es desesperado. Durante varios días su vida pende de un hilo.

Fracturas en el cráneo, la cara y la espalda.

“Lo que es seguro es que ha terminado con el fútbol”, fue el despiadado veredicto de los médicos.

En noviembre de ese mismo año regresó a los terrenos de juego, marcó un gol contra el Arsenal (¡de cabeza!) y debutó tres meses después con la selección inglesa (marcó un doblete contra Gales),

Acabaría esa temporada con 36 goles en 36 partidos oficiales.

Sin embargo, la selección nacional es un capítulo muy delicado y controvertido en la carrera de William Ralph Dean. A la descerebrada decisión de la Federación de excluirse de las grandes competiciones futbolísticas de la época se sumaban las a menudo descabelladas decisiones del “Comité” de la Asociación Inglesa de Fútbol, que en aquella época favorecía descaradamente a los jugadores de los clubes londinenses.

El hecho es que Dixie Dean jugó la friolera de 16 partidos con la selección nacional de su país.

… autor de 18 goles …

El carácter físico del fútbol de aquella época es bien conocido. A los defensas se les permitía prácticamente todo y los delanteros tenían que saber defenderse dada la casi inexistente protección arbitral.

Muy emblemático es lo que le ocurrió a Dean durante su primera temporada profesional en el Tranmere Rovers. Durante un partido contra el Altrincham, el joven delantero centro fue víctima de una entrada asesina de un rival que le costó incluso la pérdida de un testículo.

Dean se desmayó del dolor y cuando se recuperó allí estaba el médico del equipo intentando calmar el dolor en esa zona tan delicada.

La frase que Dean le dijo al médico ha pasado a la historia.

“¡No pienses en masajear! Dime más bien ¡CUÁNTO!”

Dean siempre consideró a Elisha Scott, portero del Liverpool en aquella época, el más fuerte de todos los tiempos.

Sus desafíos eran proverbiales y el resultado de los derbis de Merseyside casi siempre dependía de la actuación de ambos.

Tanto es así que se convirtió en una auténtica guerra psicológica entre ambos.

El día antes de cada derbi, Dean enviaba al portero de los Reds un paquete de aspirinas.

Con una nota.

“Sé que no podrías pegar ojo sin esto. ¡Nos vemos mañana Eliseo!”

En 1932, al final de la temporada, el Everton fue invitado a disputar una serie de amistosos en Alemania.

Hitler aún no había llegado al poder, pero su influencia sobre el pueblo alemán estaba bien asentada. El Everton tiene que jugar seis partidos en quince días, lo que no es precisamente un paseo para una plantilla de sólo 17 jugadores y al final de una temporada agotadora.

Nada más llegar a Alemania, el grupo es recibido por emisarios de Hitler.

“Antes de cada partido es obligatorio saludar al público con el saludo nacional-socialista”.

“¡Puedes olvidarlo!” es la respuesta de Dean, a la que se unen todos sus compañeros.

En el primer partido en Hannover ocurrió exactamente lo que Dean y sus compañeros decían.

En el siguiente partido en Dresde, incluso von Ribbentrop y Hermann Göring están allí para dar la bienvenida a los jugadores ingleses.

Aconsejan al equipo que cumpla y luego se van a sentar a la grada.

Esta vez tampoco ha habido suerte.

Ni un solo miembro del Everton obedece las “órdenes” dadas por dos de las más altas esferas del partido nazi.

Así será durante el resto de la gira.

Tras el último partido en Colonia, el equipo se encuentra en un club celebrando el final de la gira y el inminente regreso a Liverpool.

Hay algunos espíritus recalentados por el alcohol.

Algunos de ellos son dos policías alemanes que no encuentran nada mejor que hacer que acosar a Dean.

En breve se produce un altercado… que termina con los dos policías alemanes tendidos en el suelo del club.

Dean pasará una noche en la celda y tendrá que desembolsar el equivalente a casi 14 libras, una suma considerable para la época.

Pero eso no era lo que más molestaba a Dean.

“¡Malditos nazis!”, contaba Dean sobre el episodio en el que se rompió dos dedos.

“¡Por culpa de ellos no pude sostener las cartas durante quince días!”.

La popularidad de Dixie Dean alcanzó tal nivel que periódicamente surgían historias relacionadas con él. Una de las más frecuentes implicaba a mujeres que presumían de aventuras con él.

En una ocasión, Dean tuvo incluso que comparecer ante un tribunal para responder de la supuesta paternidad de un niño.

Por supuesto, Dean afirmó que ni siquiera conocía a la señora en cuestión, pero lo que convenció al juez de lo contrario fueron los movimientos de la cabeza del bebé hacia el vientre de su madre.

“Mira Dean”, le dijo el juez. “Es el mismo movimiento que ella hace cuando golpea la pelota con la cabeza”, afirmó convencido el juez ante el asombro general.

Quien a continuación zanjó el asunto diciendo: “Me encargaré de que esta señora reciba dos libras y diez chelines a la semana”.

La réplica de Dixie Dean fue maravillosa.

“¡Bravo juez! Un gesto muy generoso. Llegados a este punto, creo que yo mismo donaré unos céntimos a la Señora”, mientras los espectadores se partían de risa.

En enero de 1937, el Everton compró al Burnley un joven y prometedor delantero. Se llama Tommy Lawton.

Al principio se le emplea como media punta, pero está claro que Lawton es delantero centro y que se le compró para ocupar el puesto de Dixie Dean.

“Hijo, sé muy bien por qué estás aquí. Pronto ocuparás mi lugar, pero que sepas que mientras esté aquí contigo en el Everton haré todo lo que pueda para ayudarte”.

Estas fueron las palabras de Dean a su joven y prometedor compañero.

Será fiel a su palabra.

Tommy Lawton se convertirá en el segundo mejor cabeceador de la historia del fútbol inglés …

El momento más emotivo de su funeral fueron las palabras de Bill Shankly, el legendario entrenador del Liverpool que se convirtió en gran amigo de Dean a lo largo de los años.

“Hoy estamos aquí para despedirnos del más grande de todos ellos. Y alguien tan grande estará ahora ahí arriba charlando con Shakespeare, Bach y Rembrandt’.

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