«Me siento como un extraño.

Estoy aquí para la clásica foto del equipo en el primer día de pretemporada.

Estoy aquí… pero no estoy realmente aquí.

Esta comedia ya lleva años.

Y cada año me siento más inútil, fuera de lugar.

Casi me siento avergonzado.

Realmente no he hecho nada malo… al contrario.

Realmente los he probado todos desde aquel maldito día de finales de verano en Villa Park, en Birmingham.

Fue el 5 de septiembre de 1990.

Tenía 21 años.

Howard Kendall me había entregado el brazalete de capitán del Manchester City.

El único equipo en el que había jugado.

El único por el que me importaba jugar.

Unos meses antes fue el Mundial.

Estuvo muy cerca de no estar entre los 22 que subieron al avión a Italia.

Sólo en el último partido con la selección B antes de la convocatoria, aquel viejo esclerótico que era nuestro seleccionador decidió hacerme jugar en la banda izquierda contra Irlanda.

¡Yo soy del ala izquierda!

He jugado y puedo jugar en cualquier sitio… excepto en el lateral izquierdo y en el delantero centro.

Así es como me jugué mis posibilidades.

Pero lo superé rápidamente.

A los 21 años, hay mucho tiempo.

En cambio, mi tiempo empezó a agotarse el 5 de septiembre de 1990, en el campo del Aston Villa.

Un golpe limpio y perfectamente oportuno sobre Tony Cascarino.

Sólo los tacos se plantan en el suelo… mientras el resto de la pierna empuja hacia adelante.

En el contraste de fuerzas siento un dolor en la rodilla.

Insoportable, terrible.

Me quedo en el suelo.

“Es un maldito esguince de ligamentos”, pienso.

Algo similar me había ocurrido hace dos años contra el Bradford.

Aunque el dolor no era ni siquiera comparable.

El increíble (!) personal médico del Manchester City decide hacerme una radiografía.

“¡No hay nada roto, Paul! En menos de dos meses estarás en el campo”

Sólo que, en cuanto intento correr de nuevo, el dolor vuelve con más fuerza que antes.

Deciden hacerme una artroscopia.

El ligamento cruzado anterior “se ha ido”.

El primer intento de reconstrucción fracasa estrepitosamente.

En cuanto vuelvo a entrenar, rotura de ligamento de nuevo.

18 operaciones.

Casi tantos intentos de retorno.

Cada vez menos convencido, cada vez más forzado.

Ya no me lo creo… ¿cómo puedo creerlo?

¡Y otra vez esta patética pantomima!

La foto de grupo con todos mis compañeros, algunos de los cuales ni siquiera saben quién soy y ni siquiera me han visto jugar.

¿Qué hago todavía aquí?»

Paul Lake desde aquel maldito septiembre de 1990 lo ha intentado todo para volver al fútbol.

Esta es la historia de un chico que amaba al City, que ya de niño iba a las gradas de Maine Road a animar a los Blues.

El Manchester City, que salvo algunos breves periodos de su historia siempre ha estado a la sombra del más seguido, querido y ganador Manchester United.

Pero que cuenta con un público fiel y apasionado como pocos en Inglaterra, que siempre ha llenado las gradas de Maine Road a pesar de que durante tantos años su afición siempre se ha sentido como una montaña rusa.

Un momento allí en la cima casi tocando las estrellas junto a los grandes de Inglaterra y al siguiente teniendo que sudar para volver a la Primera División jugando ante el Barnsley, el Hull o el Bournemouth.

Fue durante uno de esos periodos cuando nació esta pequeña historia.

La de un jugador tan precoz como cristalino, con posibilidades ilimitadas que, poco más que un adolescente, ya se había puesto el brazalete de capitán en el equipo de sus amores, el único en el que le interesaba jugar.

El Liverpool, el Arsenal, el Glasgow Rangers… incluso el Manchester United había intentado llevárselo de Maine Road.

No hay dados.

“Es en el Manchester City que yo quiero jugar. Posiblemente para siempre”.

Howard Kendall, al comienzo de la temporada 1990-91 no se lo piensa dos veces.

Un contrato de cinco años y el brazalete de capitán… a Paul, que tenía 21 años y cuando en el equipo había jugadores como Peter Reid o Colin Hendry que habían jugado decenas y decenas de partidos con las respectivas selecciones nacionales de Inglaterra y Escocia… ¡y eran al menos 10 años mayores que él!

Pero en aquella noche maldita de septiembre de 1990, la suerte le dio la espalda por completo.

Parece una operación muy normal, casi banal.

En cambio, su rodilla se rompió en mil pedazos.

El cruzado se rompe y con él la carrera de Paul.

Serían cinco interminables años en los que pasaría de ser capitán e ídolo indiscutible de la afición del Manchester City a sentirse un lastre para el club.

Un club que no hará mucho en esos años para ganarse la estima de Paul.

Un club que, cuando finalmente perdió la fe en su completa recuperación, le hizo pasar por experiencias humillantes como cuando, tras la enésima operación de su maltrecha rodilla (fueron sus compañeros los que, a través de una colecta, pagaron el billete de avión para que la novia de Paul le acompañara), el club le hizo volver en Clase Turista, con muletas y en un asiento demasiado estrecho para sus 185 centímetros y con la rodilla escayolada… con el médico del club cómodamente sentado en Clase Business…

A todo esto se sumará la vergüenza de aterrizar en Manchester y además tener que buscar una silla de ruedas alquilada con la que llegar a un taxi…

Como se ha dicho, habrá muchos intentos.

Este escritor tuvo la oportunidad de ver en directo una de las primeras, aquella en la que la esperanza seguía viva.

Fue en la primera “noche de lunes” del fútbol inglés.

Es agosto de 1992 y es el primero del campeonato.

Se juega en Maine Road y el partido es Manchester City vs QPR.

Paul está en el campo, con su querido número 8.

Ha hecho toda la preparación, con altibajos, pero finalmente se ve bien.

Peter Reid, el entrenador del City, lo calificará como “la compra más importante del verano”, por lo que es grande la satisfacción de tener a Paul de vuelta.

Paul toca muy bien durante una hora.

Esta vez incluso juega en ataque.

Junto a Niall Quinn y moviéndose como segundo delantero, actuando como referencia para los centrocampistas y moviéndose por todo el frente de ataque.

Sin embargo, después de una hora de juego, Paul sostiene su rodilla… pide un cambio.

Sale de pie, aunque con una ligera cojera.

El “pueblo” del Maine Road contiene la respiración.

Después del partido Paul dirá que su rodilla no está bien, se ha hinchado un poco y no se siente muy seguro.

Tres días después, el Manchester City viaja a Middlesbrough.

Sin embargo, Pablo es enviado desde el principio.

Su juego dura unos buenos tres minutos… antes de que su ligamento cruzado se rompa por tercera vez.

Un intento más jugando con las reservas en 1994 y luego todos los recursos posibles e imaginables más o menos desesperados como la acupuntura y varios médicos brujos con sus aguas milagrosas y oraciones.

Paul cae en una terrible depresión.

Todos los días tiene que tomar analgésicos para poder llevar una vida normal.

Se retira del fútbol, demasiado pronto para pensar en qué otra cosa hacer con su vida.

En 1995 se casa, tiene un hijo pero su matrimonio se desmorona a los pocos meses.

Sin embargo, el Manchester City se acuerda finalmente de él y le ofrece un puesto en el club.

Hace un curso de fisioterapeuta y empieza a trabajar en el cuerpo médico del Manchester City.

Esto es exactamente lo que necesita Paul.

Afortunadamente, sus fantasmas lo abandonan lentamente.

Llega una nueva historia de amor.

Se casa con Joanne y llegan dos hijos.

La vida comienza a sonreírle de nuevo.

Ahora Paul, tras haber actuado como “embajador” del Manchester City en la comunidad, ocupa el mismo papel esta vez para la Premier League, viajando por el Reino Unido y el mundo para promocionar la que para muchos es ahora la liga más bonita del mundo.

Hay muy pocos que lo recuerden como jugador, pero hay muchos, mucho más entendidos que yo, que lo describen como el jugador potencialmente más completo que ha surgido del fútbol inglés en los últimos 30 años.

La ironía con la que Pablo mira hacia atrás en ese período es hermosa

“De vez en cuando me preguntan qué salvaría de aquellos malditos años 90… en realidad son dos cosas.

El nacimiento de mi hijo mayor Zac y mi primer concierto de Oasis … “

ANÉCDOTAS Y TRIVIALIDADES

Con el final prematuro de su carrera, se inicia un periodo dramático para Paul.

Cae en la depresión y son momentos realmente difíciles para Paul.

Una noche, su rastro se pierde. La policía lo encuentra varado en el puente de una autopista.

“No tenía ninguna intención de saltar”, cuenta Paul más tarde, “pero también es cierto que no sabía dónde ir ni qué hacer conmigo mismo.

En una ocasión se presenta en un monasterio.

Va a buscar consuelo y ayuda.

Pero está muy avergonzado y tiene miedo de ser reconocido por alguien.

Por eso lleva un cheque en blanco en el bolsillo para que, si le reconocen, pueda decir que sólo estaba allí para hacer una ofrenda…

Su refugio favorito durante los años difíciles en los que intentaba desesperadamente volver tras su terrible lesión fue el cine. “Con mi Coca-Cola y mis palomitas podía estar allí solo durante horas sin que nadie me reconociera y sin tener que hablar con un alma.

Incluso asistir a “sus” partidos del Manchester City después de un tiempo se convirtió en un problema.

“Siempre había algún idiota que me decía la suerte que tenía de que me pagaran por no hacer una mierda”, recuerda Paul no sin rencor. “En ese momento me inventaba una excusa y me iba al baño para intentar calmarme y resistir la tentación de pegar a alguien”.

Contando que a su regreso de la operación en Estados Unidos en clase “turista” tuvo que mantener una rodilla operada doblada durante varias horas, hasta el punto de que a su llegada al aeropuerto de Manchester Paul no podía ni estirar la pierna, otra humillación llegó poco después, en el momento de su divorcio: sin las primas del partido se hizo imposible pagar el alquiler de la casa donde vivía con su mujer, así que Paul, con 25 años, tuvo que volver a vivir con sus padres.

Por supuesto, no sólo existen los recuerdos negativos. En los pocos años que jugó Lake hay varias ocasiones en las que el recuerdo es dulce y positivo.

Quizá ningún recuerdo sea tan dulce como la fantástica victoria por 5-1 en el derbi contra su acérrimo rival, el Manchester United, el 23 de septiembre de 1989.

“Fue el mejor día de mi carrera. Hemos jugado el partido perfecto. Nosotros, un equipo de chavales contra el Manchester United de Ferguson que tenía en sus filas a jugadores dignos de Paul Ince, Viv Anderson, Gary Pallister, Mark Hughes y Brian McClair. Recuerdo que ese día, cuando iba en coche al estadio, tuve que parar en un semáforo. Un padre caminaba junto a un niño de 7-8 años como máximo, ambos con camisetas y bufandas del City.

El padre me reconoció y me señaló a su hijo.

Lo único que hicieron fue juntar las manos como en una oración, diciendo sólo “por favor… por favor… por favor”.

Aquel partido ocupa un lugar especial en la memoria de Paul y de toda la gente del Manchester City, que en aquellos años estaba muy lejos del nivel de los rivales de la ciudad del United.

“Antes de salir al campo todos estábamos nerviosos y preocupados. Todos habríamos firmado por un empate. El comienzo fue muy difícil. En el primer cuarto de hora nos aplastaron. Su primero gol parecía sólo cuestión de tiempo. Entonces ocurrió que algunos de sus aficionados entraron en el campo y el partido se suspendió durante unos segundos. Nuestro entrenador Mel Mechin y el entrenador Tony Book nos reunieron, nos dieron algunos consejos y nos animaron. Cuando se reanudó el partido éramos simplemente 11 jugadores diferentes. No perdimos ni un solo tackle ni un duelo aéreo en el resto del partido.

En nuestro quinto gol no quedaba ni un solo aficionado del United dentro del estadio”.

De aquel histórico día queda la entrevista al final del partido para la radio local.

Cuando se le preguntó cuál era el secreto de la victoria de Paul y de su fantástico rendimiento personal, la respuesta de Lake fue: “¡Comí carne cruda en el desayuno!”

Uno de los mayores admiradores de Paul era Howard Kendall, el gran entrenador inglés que llevó al Everton al título y a la Recopa a mediados de la década de 1980 y que entrenaba al City en el momento de la lesión de Lake contra el Aston Villa.

“En el verano de 1990 hubo varios equipos grandes que me preguntaron por Paul Lake. A todos ellos les contesté que la cifra de su fichaje era de 10 millones de libras”.

“¿Pero cómo?”, respondieron asombrados mis interlocutores. “¡Nadie ha comprado nunca un defensa por más de 2,5 millones de libras! ¿Cómo puedes pedir esa cantidad de dinero?”

“Simple. Porque no quiero vender a Paul Lake”, fue siempre mi respuesta.

Paul Lake es, como se dice en Gran Bretaña, un “héroe de culto” o uno de esos jugadores tan queridos que se convierten en leyendas, independientemente de las temporadas que hayan jugado en el club, sus trofeos o su exposición en los medios de comunicación.

Paul Lake fue un gran jugador, con un inmenso potencial al que la mala suerte le arrebató la oportunidad de convertirse en el buque insignia de su querido Manchester City y, sin duda, de la selección inglesa.

A continuación se muestran las imágenes de la lesión que acabó costándole la carrera a este joven de gran talento.