Es el verano de 1993.

Estamos en Montevideo.

La selección uruguaya de baloncesto sub-16 se prepara para los próximos Juegos Sudamericanos que se disputarán en Bolivia.

Los entrenadores y los responsables del equipo dan a los chicos un par de horas de libertad después de la cena, hasta las 10 de la noche.

Junto al hotel donde se alojan hay un pequeño pub con una sala de juegos.

Dos miembros del equipo deciden que, tras días de entrenamiento, reuniones técnicas y horarios que cumplir, un par de horas extra de ocio no es el fin del mundo.

Regresan al hotel a última hora de la noche y, por supuesto, son atendidos por los jefes de equipo.

Hay que dar una fuerte señal de disciplina y un castigo ejemplar.

Al fin y al cabo, son menores y seguro que a los padres no les gustará saber que sus hijos no son atendidos y protegidos como ellos esperan.

Hay un problema: son los dos más fuertes del equipo.

Enviar a ambos a casa sería decir adiós a cualquier ambición de un buen resultado.

Al mismo tiempo, hay que dar ejemplo.

Y así se establece que el instigador de la insubordinación es uno, el más alto y carismático de todos.

Es él quien será castigado.

Es él quien no subirá al avión a Bolivia.

Es él quien será enviado a casa.

Se llama Sebastián Abreu.

Será un enorme golpe de suerte que cambiará radicalmente la vida de este muchacho alto y espigado, nacido en Lavalleja, un pueblo a casi 200 km de Montevideo.

Pasa casi un año. Sebastián empieza a asimilar la decepción y sigue dividiendo su tiempo entre el baloncesto y el fútbol.

Pero entonces llega otra convocatoria.

Siempre para un campeonato sudamericano.

Siempre para la selección de Uruguay.

Pero esta vez es una sub-17 y esta vez se trata de FÚTBOL.

Sólo jugará un partido en ese torneo, el último, contra Bolivia.

Entrando en el inicio de la segunda mitad.

Marcará dos goles y pondrá un tercero.

Al día siguiente, en su tierra natal, se desencadenará una auténtica subasta para él.

El fútbol uruguayo recibirá a uno de sus mayores protagonistas de la historia reciente.

Es el 2 de julio de 2010.

Se juegan los cuartos de final de la Copa del Mundo.

Se juega en Sudáfrica y se enfrenta a Uruguay y Ghana.

Hay un lugar entre los cuatro mejores del mundo.

Nunca ha ocurrido para un país africano y para Uruguay sería el regreso a las semifinales tras 40 largos años de ausencia.

El partido es ajustado y equilibrado.

La fuerza física de los jugadores ghaneses aprovechó la gran calidad técnica de los uruguayos, que en ataque podían presumir de un tridente de valor absoluto formado por Suárez, Cavani y Forlán.

Fue “el jugador del Inter” Sulley Muntari quien adelantó a Ghana, pero a los diez minutos de la segunda parte Diego Forlán (que se convertiría en jugador del Inter al año siguiente) restableció el equilibrio en el partido.

Así fue hasta el último minuto de la prórroga, cuando, en un cabezazo de Dominic Adiyiah, el delantero centro uruguayo Luis Suárez “paró” la conclusión del centrocampista africano en la línea.

Fue un penalti, Suárez fue expulsado y para los jugadores africanos se produjo el punto de partido de su vida.

Sólo Asamoah Gyan no puede hacer más que golpear el travesaño.

Es la última bola del partido.

Se va a los penaltis. Cuando Dominic Adiyiah vio cómo Muslera le paraba un penal, esta vez fue Uruguay quien tuvo el punto de partido para arrebatarle el billete a las semifinales.

En el punto de penalti aparece él mismo, “El Loco” Abreu.

Insistió con el señor Oscar Tabarez para que lanzara él mismo el quinto penalti.

Al fin y al cabo, es “El Loco” y la autoestima es el menor de sus problemas.

Los tres millones y medio de uruguayos contienen la respiración.

Lo que haga Sebastián Abreu quedará grabado para siempre en la historia del Mundial y en la mente de todos los uruguayos, incluidos los que arriesgaron sus coronarias en ese penal.

Sebastián Abreu nació el 17 de octubre de 1976 en Minas, en el departamento de Lavalleja.

Es un chico alto y delgado que se desenvuelve espléndidamente con dos tipos de balón: el baloncesto y el fútbol.

Elige (con la ayuda de la suerte) el segundo.

Sebastián Abreu firmará su primer contrato profesional con Defensor después de sus hazañas en el Sudamericano Sub-17 mencionado anteriormente.

No estará precisamente contento con ello.

Es un ávido aficionado del Nacional y es en ese equipo donde soñaba con empezar su carrera.

No será un problema.

Porque Sebastián Abreu jugará en Nacional… y también lo hará en otros 28 clubes entre Sudamérica y Europa en una carrera que, a sus casi 44 años, aún le permite vestirse de corto con Boston River, el equipo cadete de Primera División del que es entrenador-jugador.

29 clubes profesionales diferentes.

Un récord absoluto en el mundo del fútbol.

Y podrían haber sido muchos más teniendo en cuenta sus “regresos” a equipos como “su” Nacional (en el que jugó en 5 periodos diferentes) o San Lorenzo y River Plate.

Obviamente, no todas estas experiencias han sido positivas, como con los griegos del Aris de Salónica, los españoles del Deportivo de La Coruña o los brasileños del Gremio.

Pero ha habido lugares en los que ‘El Loco’ ha dejado su huella en el corazón de los aficionados por sus actuaciones y sus numerosos goles.

Por supuesto que es un ídolo en su Nacional, pero fue visceralmente querido en San Lorenzo y River Plate en Argentina, en el Cruz Azul en México y en el Botafogo en Brasil, probablemente el equipo donde dio lo mejor de sí.

Lo que quedará de él (y queda, pues aún no tiene intención de colgar las botas) es la pasión de este gigante de 193 centímetros, muy hábil en el juego aéreo y con una zurda de todo respeto.

La pasión y la alegría de entender el fútbol como un juego bonito, a menudo restando importancia a las situaciones más difíciles y controvertidas, con sus famosos chistes, sus canciones y su sonrisa.

En resumen, ¡el “Loco” más sano que existe!

ANÉCDOTAS Y CURIOSIDADES

Como se ha dicho, entre todos los 29 equipos diferentes en los que jugó Abreu, hay uno que siempre ha tenido un lugar especial en el corazón del delgado delantero uruguayo: el Nacional de Montevideo.

Con ‘Los Bolsos’ Abreu jugó allí en cinco periodos distintos de su carrera y casi siempre cuando estaba en la cima de su juego.

… y, sobre todo, conformándose siempre con salarios mucho más bajos que los que recibió en la mayoría de los clubes de su carrera.

¡Incluyendo un período de seis meses en el que Abreu jugó en su Nacional sin cobrar un peso!

El número 13 siempre fue una obsesión para Abreu.

Era el número con el que jugaba su ídolo en el Nacional, Fabián O’Neill, un gran centrocampista que también jugó en el Cagliari y en la Juve, y a lo largo de su carrera ‘El Loco’ siempre intentó jugar con ese número.

No siempre fue fácil.

Famosa fue su iniciativa en la Real Sociedad.

Juan Manuel Lillo, entrenador de los vascos, le prohibió jugar con el número 13. ‘Ese es el dorsal de repuesto del portero’, sentenció el técnico de los blancos donostiarras.

Abreu no se deja intimidar.

Consigue el número 18 y… una tira adhesiva blanca con la que cubre la mitad del número 8… ¡convirtiéndolo así en un “3”!

Mucho más fácil para Abreu y su querido número 13 fue durante su exitosa etapa en el Botafogo brasileño.

El “13” es el número preferido del gran Mario Zagallo, ídolo del club, que siente una verdadera pasión por el número 13. La entrega del dorsal número ’13’ a Abreu fue ‘como una bendición papal’. A partir de ese momento, nada puede salir mal”.

En el Nacional de Montevideo, su equipo favorito, Abreu tutela y clava a un joven y prometedor delantero uruguayo.

Le da consejos, le incita, le apoya y le regaña como un padre regañaría a su hijo.

Se llama Luis Suárez.

Cuando ‘El Loco’ deja el Nacional para seguir su peregrinaje futbolístico Suárez pide permiso a su profesor para usar el dorsal 13.

“Claro que puedes”, le responde Abreu, “pero que sepas que es una camiseta ‘pesada’ y una responsabilidad muy grande”.

Abreu tenía razón.

“Llevé el número 13 durante casi seis meses y ¡no había manera de que marcara goles!”, recuerda el actual delantero centro del Atletico Madrid sobre aquella época. “Entonces decidí llevar el número 9 y los goles empezaron a llegar en abundancia”, dice hoy Suárez con diversión.

Por supuesto, no todo ha sido de color de rosa en una carrera tan larga e intensa.

Sin duda, el peor recuerdo es el de lo ocurrido el 19 de diciembre de 2002.

Abreu se encuentra de vacaciones en Uruguay por las fiestas navideñas durante el receso del campeonato mexicano que disputa en las filas del Cruz Azul.

Viaja en su Jeep con un amigo de la infancia, Pedro Fernández Suárez.

Abreu, que iba al volante, pierde el control del vehículo, que se estrella contra un pilar de hormigón en el arcén y luego vuelca.

Abreu sale prácticamente ileso, pero por su amigo Pedro no hay nada que hacer.

“Desde entonces, todo ha adquirido una perspectiva diferente. Perder o ganar un partido de fútbol ya no era tan importante después de ese día maldito”, recuerda Sebastián Abreu.

Algunas de las anécdotas más divertidas de la historia del “Loco Abreu” tienen que ver con su elección de patear la mayoría de los penales que lanzó en su carrera “a la panenka”, o “picado” como se dice en Sudamérica, es decir, con un toque “por debajo” del balón, intentando engañar al portero rival con una trayectoria lenta y arrolladora.

Dicho esto, su penalti contra Ghana en el Mundial (al que volveremos en un momento, recordando cómo puso en peligro las coronarias de los hinchas uruguayos!) las estadísticas se mantienen: Sebastián Abreu ha pateado más de 30 penaltis en su carrera de esta manera… ¡fallando sólo 2!

“El problema”, como recuerda Abreu, “es que en ambas ocasiones todos querían matarme!”.

Con motivo del primero de estos dos penaltis fallados, Abreu juega en el equipo mexicano Tecos de la Primera División de México. Sólo faltan dos jornadas y los Tecos luchan desesperadamente por evitar el descenso.

A mediados del segundo tiempo del partido contra el Toluca, el equipo de Abreu recibe un tiro penal. Evidentemente, es “El Loco” quien lanza el penalti.

‘En un penalti de esta importancia el portero del Toluca pensará que quiero ir sobre seguro lanzando un penalti normal’, es el pensamiento de Abreu mientras se prepara para lanzarlo.

“Por eso, en lugar de eso, le dispararé “picado” y lo engañaré”. … este es el razonamiento de Abreu.

Lástima que, en cambio, Hernán Cristante, el portero del Toluca, permanezca inmóvil en el centro de la portería, parando el penalti de Abreu con facilidad.

“Me habrían matado si pudieran. Todos ellos. Aficionados, directivos y periodistas locales”, recuerda “El Loco”.

“El siguiente partido, el último del campeonato, lo ganamos gracias a un gol mío de cabeza a un cuarto de hora del final y nos salvamos”, relata Abreu.

Al día siguiente, el presidente y la dirección del club presentaron a Abreu un nuevo y más rico contrato para la siguiente temporada.

“¡Eh, no, queridos!”, les responde Abreu, “De ninguna manera. Hace una semana era el mayor hijo de puta sobre la faz de la tierra y después de una semana no puedo ser un fenómeno” fue la respuesta de Abreu, que añadió “Nunca me han gustado los hipócritas”.

Por último, el relato detallado del famoso penalti a Ghana.

La víspera del partido contra el equipo africano, los futbolistas uruguayos iniciaron al final del entrenamiento una sesión de tiros penales en caso de que (como ocurrió entonces) el partido pudiera llegar a este mismo epílogo.

Abreu se alterna con sus compañeros para patear desde el punto penal.

Patea sus penales de la manera tradicional, sólo que casi nunca logra anotar.

“¡Bueno Loco, esperemos que mañana no llegue a los penaltis y que no tengas que tirarla por no acertar una!”, le dice su compañero Sebastián Eguren.

“¡No te preocupes Egu!”, contesta Abreu, “ganaremos el partido en los penaltis y yo tiraré el quinto… ‘picado’, por supuesto”.

La cosa allí y entonces pasa casi desapercibida.

Sólo que al día siguiente el partido termina REALMENTE en una tanda de penaltis y Abreu es REALMENTE el encargado (¡a petición expresa de Tabárez!) de lanzar el quinto y decisivo penalti.

Abreu observa atentamente los movimientos del portero rival durante los penaltis de sus compañeros junto al defensa suplente de Uruguay, Jorge Fucile, y le pide que confirme cada vez: “Fuci, el portero de ellos se ha movido antes del tiro, ¿no?”

“Sí”, le confirma Fucile. La misma pregunta después del segundo penalti “Fuci, ¿el portero se movió bien?” “Sí Loco, sí” es la respuesta del compañero.

Después del tercer penalti la misma pregunta.

Esta vez Fuci pierde la paciencia.

“¡Escucha Loco, dispara como quieras pero deja de tocarme las pelotas!”

Abreu lanzará “picado” el quinto penalti, entrando así en la leyenda del fútbol uruguayo para siempre.