Es el 27 de abril de 1935.

Estamos en Santander, en el norte de España.

Ya es de noche cuando Patrick O’Connell, el entrenador irlandés del Real Betis Balompié de Sevilla, se dirige al hotel donde se alojan los jugadores del Racing de Santander.

La próxima jornada será el último partido de la temporada.

El Betis sólo aventaja en un punto al ya poderoso Real Madrid, que en la siguiente jornada jugará en casa contra el descendido equipo vasco Arenas de Getxo.

O’Connell había sido entrenador del Racing hasta tres años antes, y durante siete largos años.

Se trataba de una visita de cortesía, para despedirse de los directivos y jugadores con los que el técnico irlandés había compartido sus primeros años como entrenador en la península ibérica.

En realidad, parece que la reunión tenía también otro propósito.

Chicos”, dijo O’Connell a algunos de sus antiguos jugadores, “supongo que no vais a enfrentaros a nosotros mañana, ¿verdad? Al fin y al cabo, estáis a salvo y, desde luego, una victoria no cambiará vuestro campeonato”.

La respuesta que le llega al entrenador del Betis no es, desde luego, la que esperaba.

“Lo sentimos, entrenador. Pero nuestro presidente es hincha del Real Madrid y nos ha prometido una gran suma de dinero si conseguimos ganarles”.

El partido acabaría con el resultado más redondo de aquella temporada.

Un claro cinco a cero, que consagraría al Betis como campeón de España por primera y hasta ahora última vez en su historia.

Y para el irlandés Patrick O’Connell la inmortalidad para los verdiblancos del Benito Villamarín.

Patrick O’Connell nació en Dublín en marzo de 1887.

Desde muy joven fue un prometedor defensa, pero su primer contrato profesional llegó con el Belfast Celtic, un equipo claramente inspirado en el Celtic de Glasgow, fundado el mismo año del nacimiento de O’Connell.

Sus brillantes actuaciones en el centro de la defensa también llegaron a Inglaterra y fue el Sheffield Wednesday quien compró al irlandés de 22 años en 1909.

Sus actuaciones, sin embargo, no estuvieron a la altura de las expectativas y, cuando tres años más tarde llegó el fichaje por el Hull City, parecía que la carrera futbolística de O’Connell no pasaría de ser decente en clubes menores.

Sin embargo, O’Connell fue convocado con la selección nacional irlandesa y fueron sus excelentes actuaciones en el campeonato doméstico británico las que volverían a ponerlo en el punto de mira de los grandes equipos ingleses.

Será el Manchester United quien compre a O’Connell a principios de 1914.

Para el irlandés es una gran alegría.

El Manchester United es primero en la Primera División y ambiciona volver a lo más alto tres años después del segundo y último título conquistado, el del final de la temporada 1910-1911.

Las cosas no salen en absoluto como se esperaba.

En una liga que se disputa a pesar del estallido de la Primera Guerra Mundial y de la constante polémica sobre la necesidad de jugar al fútbol en una situación tan difícil, el Manchester United sufre para arrancar y consigue salvarse del descenso por los pelos, terminando en el puesto 18º con sólo un punto de ventaja sobre el Chelsea, 19º y uno de los dos aspirantes al descenso junto con el colista Tottenham Hotspurs.

Pero aquella temporada ocurrió algo que marcaría para siempre la carrera de O’Connell.

El 2 de abril se disputó en Old Trafford el Manchester United – Liverpool.

Los “Reds” de Anfield no tienen nada que pedirle a la liga. Ocupan una tranquila posición en mitad de la tabla, sin ambiciones de título ni temores de descenso.

El Manchester United, en cambio, se encuentra en una situación diferente, ya que está inmerso en la lucha por evitar el descenso.

Jackie Sheldon, jugador del Liverpool y ex jugador del Manchester United, promueve una iniciativa que puede beneficiar enormemente a varios miembros de ambos equipos.

Se pone en contacto con varios ex compañeros del Manchester United (Sandy Thurnbull, Enoch West y Arthur Walley) y junto con otros tres jugadores del Liverpool (Bob Pursell, Tom Miller y Thomas Fairful) se pone a “trabajar” para que el partido termine dos a cero a favor de los Diablos Rojos.

Evidentemente, no se trata de un favor gratuito.

El resultado en cuestión lo pagan las casas de apuestas con un emocionante “7 a 1” y sobre ese resultado convergerán las apuestas de los futbolistas en cuestión y de muchos de sus amigos y familiares.

El partido es una completa farsa.

El partido se juega a cámara lenta y resulta evidente incluso para el más despistado de los espectadores que el compromiso del Liverpool es inferior incluso al de un partido amistoso de pretemporada.

Hay varios episodios polémicos en el partido.

Uno de ellos tiene como protagonista al propio Patrick O’Connell.

Cuando el Manchester United ya ganaba por un gol a cero, los Diablos Rojos dispusieron de un penalti.

Fue el propio O’Connell, para sorpresa general ya que no se le consideraba un especialista desde los once metros (George Anderson era el lanzador de penaltis de los Diablos Rojos) quien lanzó la pena máxima.

Los informes de la época (sitio web de la BBC: “Según todos los informes, volvió al campo riendo mientras pensaba ‘bueno, no importa, podemos marcar otro gol cuando queramos'”) hablan de un O’Connell muy sereno mientras lanzaba el penalti… ¡que de hecho fue pateado más cerca del banderín de córner que de los tres postes del Liverpool!

Hubo media trifulca en el vestuario al final de la primera parte cuando, jugadores ajenos al chanchullo y conscientes de lo que ocurría en el campo, amenazaron con no saltar al terreno de juego en la reanudación.

Pero el episodio más sensacional ocurrió a pocos minutos del final.

Con el Manchester United ganando dos a cero, el delantero del Liverpool Fred Pagnam remató al larguero… ¡provocando la ira y los insultos de compañeros y rivales por igual!

El propio Pagnam admitirá más tarde que se le propuso formar parte de la “combinación”, pero que se negó con desdén.

Los siete jugadores serían descalificados por la Federación Inglesa (Enoch West siempre protestaría su inocencia citando a la Federación por ‘difamación’).

El resultado, sin embargo, no cambiaría, ya que se decidió que éste no era el objetivo principal de la ‘combinada’.

Se decidió que el motivo principal era otro.

Era ya un hecho establecido que ésta sería la última temporada de fútbol en Inglaterra, ya que se produciría una suspensión debido al estallido de la Primera Guerra Mundial.

Por ello, los futbolistas en cuestión decidieron que era una de las últimas oportunidades de ganar algo de dinero para sus familias, ya que para ellos se produciría una llamada a las armas o, alternativamente, el desempleo.

Así fue para seis de ellos, que se honraron en los campos de batalla y, cuando reanudaron la actividad competitiva en 1919, todos vieron anuladas sus sentencias.

Uno de ellos, Sandy Turnbull, murió durante el conflicto.

El único que no se rehabilitó fue Enoch West, que tuvo que esperar hasta 1945 para que le levantaran la sanción.

Durante la guerra, O’Connell siguió jugando al fútbol a pesar de que ya no existía una liga propiamente dicha.

Jugó con el United, pero también acumuló algunas apariciones con el Clapton Orient, el Rochdale y el Chesterfield.

Al final del conflicto, sin embargo, fue trasladado a Escocia, al Dumbarton, antes de regresar a Inglaterra, al Ashington, un equipo de la North Eastern League, una especie de campeonato regional.

Fue aquí donde se produjo para él el punto de inflexión más importante de su carrera.

De hecho, en la temporada 1921-1922 el Ashington le confiaría el papel de entrenador-jugador en la misma temporada en la que el Ashington fue admitido por primera vez en la Football League, exactamente en la Tercera División, dividida entre Tercera División Norte (en la que jugaba el Ashington) y Tercera División Sur.

El rendimiento del pequeño club de Northumberland es asombroso.

Consigue un excelente décimo puesto … pero la mayor noticia está aún por llegar …

Patrick O’Connell recibe una carta del norte de España.

Desde una ciudad llamada Santander y donde hay un club llamado ‘Racing Club’ que quiere asignarle la dirección del equipo.

En ese equipo tuvieron un año antes a otro entrenador de habla inglesa, Fred Pentland, que era tan bueno que el Athletic Club vasco le ofreció un suntuoso contrato para traerlo a Euskadi.

Sin embargo, la impresión que dejó aquel entrenador convenció a la dirección del Racing para confiar en otro “Míster” de la tierra que inventó el fútbol.

O’Connell es casi incrédulo.

Sólo lleva un año como entrenador, aún no tiene experiencia aunque sabe de fútbol y, al fin y al cabo, el fútbol tiene un lenguaje universal.

En España, sin embargo, aún no ha nacido la “Liga” tal y como la conocemos hoy.

Se juegan ligas regionales.

En las siete primeras temporadas en Santander, el Racing y O’Connell ganaron cinco de estos campeonatos.

En febrero de 1929 nace la “Liga”.

Ya hay asignadas nueve plazas.

Para la décima y última plaza habrá un minitorneo eliminatorio.

Fue el Racing Club de O’Connell quien la ganó, venciendo al Valencia, al Betis Sevilla y, en la final, al Sevilla (en el tercer partido tras los empates en los dos primeros encuentros).

Al final de la primera Liga de la historia, sin embargo, fue el Racing el que terminó en último lugar, sumando unos míseros nueve puntos en 18 partidos, pero consiguiendo mantener su condición de “Primera” al ganar de nuevo el play-out al Sevilla.

Al final de esa temporada y a pesar de esta victoria, O’Connell fue destituido.

Se sentaría en el banquillo del Real Oviedo durante dos temporadas sin lograr resultados especialmente impresionantes.

Ese verano, sin embargo, recibió la llamada del Real Betis Balompié, que militaba en Segunda División pero tenía importantes ambiciones.

O’Connell tuvo éxito en su primer intento de llevar al Betis a Primera. Lo hace ante el Oviedo, subcampeón a sólo dos puntos de los verdiblancos.

Al final de su primera temporada en la máxima categoría llegó un halagüeño e inesperado quinto puesto. O’Connell en Sevilla es ya un icono absoluto.

Y ya se ha convertido en ‘DON PATRICIO’, un nombre que llevará consigo durante toda su larga estancia ibérica.

La mitad verdiblanca de la ciudad le adora.

Aunque le cuesta hablar un castellano digno, cae bien a todo el mundo por su amabilidad y simpatía. Vive plenamente la ciudad y la vida alegre de aquellos años.

Entonces decía: “Amo a los sevillanos porque viven cada día como si fuera el último”.

Mientras tanto, el equipo seguía progresando.

En la temporada siguiente llegó el cuarto puesto, pero sobre todo el saber que la distancia con el fortísimo Athletic de Bilbao y el Madrid CF (nombre que entonces tenía el Real Madrid) estaba casi cerrada.

Lo que ocurrió en la temporada siguiente, sin embargo, superó las expectativas de observadores, iniciados y, sobre todo, aficionados de los “Verdiblancos”: llegó el título de Liga, el primero y hasta ahora único en la historia del club.

O’Connell es adorado por la gente del Betis, ama al Sevilla pero sabe que con ese equipo ha conseguido lo máximo. Al mismo tiempo le llegaron los avances de uno de los grandes clubes de la Liga, el Barcelona, que sólo ganó la primera edición de la Liga.

En su primera temporada con el Barça logró un quinto puesto que mejoraba en sólo una posición el resultado de la temporada anterior, pero además del Campionat de Catalunya (la primera competición oficial de fútbol nacida en España en 1901, dos años antes que la Copa) el Barcelona alcanzó la final de la Copa del Rey.

Aquí, sin embargo, se enfrentó al Madrid FC, que consiguió vencer por dos goles a uno, con el número uno madridista, el gran Ricardo Zamora, que realizó algunas intervenciones decisivas, en particular la del último minuto del partido a una conclusión del delantero centro catalán Josep Escolà, que pasará a la historia como “la mayor parada de la historia del fútbol ibérico”.

Pero una vez más será una guerra la que estropee los planes de Patrick O’Connell.

Esta vez será la Guerra Civil española la que impida la continuidad de la Liga.

Sería entonces cuando Patrick O’Connolly entraría definitivamente en la historia de uno de los clubes más grandes del planeta, y no por un trofeo ganado.

Cuando estalló la Guerra Civil, Patrick O’Connell se encontraba en Irlanda.

Incluso el club parecía aconsejarle que no regresara a una Barcelona asediada por los camaradas de Francisco Franco.

En agosto de 1936, Josep Sunyol, el presidente del Barcelona que había deseado fervientemente a O’Connell en el banquillo “blaugrana”, fue asesinado a las afueras de Madrid por las tropas franquistas.

A pesar de todo, O’Connell no duda.

Regresa a Cataluña, al club que le había acogido un año antes pero que, al parecer, llevaba persiguiéndole al menos un lustro.

La situación del Barcelona, sin embargo, es dramática.

Económica y deportivamente.

Del otro lado del océano, sin embargo, llega un salvavidas.

Son las primeras semanas de 1937.

Se trata de un acaudalado magnate catalán afincado en México, Manuel Mas Serrano, que ofrece a directivos, empleados y jugadores la oportunidad de viajar a México para disputar una serie de partidos amistosos… ¡remunerados con absoluta generosidad!

Para el club ese dinero podría resultar la salvación. El equipo parte hacia México, donde jugará, entre otros, contra el Atlante, el Club América, el Necaxa y una selección del mejor once de la liga de ese país. Después se desplazarán a Estados Unidos y al final de la gira las arcas del club estarán llenas… aunque sólo regresarán a España cuatro de los dieciséis jugadores que se habían marchado unas semanas antes. Los demás decidirán quedarse en México o en Francia, donde el club se había detenido poco antes de regresar a Barcelona … ¡para poner a salvo en un banco parisino el dinero recaudado durante la gira por Francisco Franco!

… Será el dinero que permitirá al Fútbol Club Barcelona mantenerse en pie y poder reunir un equipo capaz de participar en la Liga que se reanudará en diciembre de 1939.

Un Barcelona debilitado y en reconstrucción no pasaría del noveno puesto, acabando empatado con el Celta de Vigo y sólo gracias a las dos victorias en los enfrentamientos directos evitaría jugar el play-out por la salvación.

O’Connell al final de esa problemática temporada será exonerado.

Volverá a su Sevilla natal, primero por dos temporadas en el Betis y luego se sentará tres años en el banquillo del rival sevillista.

No habrá clamor, ni polémica, ni reacción.

En Sevilla, todo el mundo conoce, aprecia y ha aprendido a querer a este hombre siempre modesto, humilde y servicial… que ama la vida de la ciudad, incluida la vida nocturna… aunque vuelva a ser riguroso e inflexible en el campo de entrenamiento.

No habrá más resultados llamativos ni trofeos, aunque con el Sevilla en las dos primeras temporadas llegarán un segundo y un tercer puesto.

La aventura española para ‘Don Patricio’ terminará donde empezó: en el Racing de Santander, pero aún aquí sin grandes resultados.

Volverá a ‘su’ Sevilla en 1950 antes de regresar a Inglaterra cinco años después.

Será aquí donde en 1959, a los 71 años, morirá de neumonía, reducido a la pobreza.

Existe un hermoso libro sobre él que relata su vida. Se titula “El hombre que salvó al FC Barcelona”.

ANÉCDOTAS Y CURIOSIDADES

A pesar del clamoroso episodio del penalti fallado en el partido entre el Manchester United y el Liverpool, el nombre de Patrick O’Connell nunca ha aparecido entre los jugadores implicados en el encuentro.

Pero hay un hecho aún más truculento en la vida de este controvertido entrenador irlandés.

Cuando dejó Manchester para embarcarse en su aventura en España con el Racing, Patrick O’Connell estaba casado con Ellen y tenía cuatro hijos con ella.

La familia se quedó en Manchester pero poco después de llegar a Santander O’Connell se enamoró de otra mujer que trabajaba como ama de llaves para una de las familias más ricas de la zona. … también irlandesa y también llamada Ellen.

Los dos se casan.

Será uno de los secretos mejor guardados de la historia del fútbol español, ya que sólo al final de su carrera, durante su estancia en Sevilla antes de regresar a Londres, uno de sus hijos, Dan, se le presenta.

… y parece que la primera pregunta de su padre no fue para interesarse por el estado de salud de su familia, sino … cómo le iba al Manchester United en la liga …

Como entrenador, todo el mundo en España está de acuerdo en que O’Connell tiene algunas cualidades excelentes. En primer lugar, su capacidad para dirigir al equipo, con los jugadores profundamente unidos a él y agradecidos por las lecciones que les daba.

Una de sus grandes cualidades era su capacidad para organizar la fase defensiva del equipo. El Betis con el que ganó el campeonato en la temporada 1934-1935 sólo encajó 19 goles en 22 partidos. La segunda mejor defensa, la del Madrid FC, que quedó a un punto de los verdiblancos, encajó 34.

Una vez terminada su carrera como entrenador, el dinero se acabó pronto para O’Connell, que amaba la buena vida, la ropa bonita y la buena comida. (Se dice que en una comida llegó a consumir nada menos que cinco platos de paella).

Dada su difícil situación económica, en 1954 el Betis organizó, al más puro estilo británico, un “partido testimonial” en su honor, donándole la recaudación del partido como testimonio del afecto de los sevillanos hacia él.

Como ya se ha mencionado, fue durante el Campeonato Nacional Británico ganado por Irlanda en 1914 cuando O’Connell se vio catapultado al centro de atención de los principales clubes ingleses por sus actuaciones.

Tras las victorias ante Gales e Inglaterra (la primera en suelo inglés para los irlandeses), Irlanda debe jugar su último partido en el Windsor Park de Belfast. Los irlandeses sólo necesitan un empate para proclamarse campeones, pero las cosas se tuercen. Primero los irlandeses pierden a un hombre por lesión y luego es el propio O’Connell quien en un choque de juego se fractura la muñeca. En un periodo en el que las sustituciones se sucedieron Irlanda se defendió con ahínco pero cuando a veinte minutos del final Joe Donnachie adelantó a los suyos para los verdes irlandeses todo parecía acabado.

A un minuto del final, sin embargo, fue Samuel Young quien marcó el gol del empate que garantizaría a los hombres del Sr. Seymour el trofeo, haciendo inútil la victoria de los escoceses sobre Inglaterra en el último partido.

Siempre será recordado como el “triunfo de los nueve hombres y medio”.