Era diferente a los demás.

En el campo y fuera de él.

Llegaba en su “Volkswagen Escarabajo” y, si no le conocías, podías pensar que era un estudiante que venía al Geoffrey-Guichard a ver el partido.

Pelo largo y rizado, vaqueros azules, camisa y jersey.

Era el colmo de su elegancia.

En los asientos traseros de su “Escarabajo”, libros y discos por todas partes.

¡Y no cosas triviales!

Sartre, Bakunin, Kundera y Fitzgerald y Pink Floyd, Genesis y Yes.

Compromiso social y político.

Uno de los “gauche”, pero sin afiliación partidista.

Uno que prefería las tabernas de Saint Etienne a los clubes de moda y que prefería la tranquilidad del campo a la Costa Azul, Biarritz o Chamonix.

Siempre educado, amable y sonriente.

En resumen, si había un arquetipo del antidiablo, ése era DOMINIQUE ROCHETEAU.

Entonces se ponía las botas, los pantalones cortos y su camiseta verde con el número 7 y se transformaba literalmente.

Una energía loca, un entusiasmo contagioso por sus compañeros y por nosotros en las gradas.

Para un chaval de 15 años como yo, era fácil convertirlo en tu ídolo.

Cuando saltaba al campo a toda velocidad con el balón en los pies, saltando por encima de los rivales como si fueran bolos, era una alegría para la vista.

Pero en él había algo más que técnica y velocidad.

Son dones naturales que si los posees tienes que agradecer a tus padres o a alguien de arriba.

Dominique Rocheteau tenía algo más.

Dominique Rocheteau luchó como un león.

Algo que pocos jugadores con talento hacen, esperar a que otros compañeros con menos talento le saquen las castañas del fuego antes de tener el balón entre los pies.

En cambio, cuando perdía el balón era capaz de perseguir a su rival durante decenas de metros, intentando recuperar lo que era suyo.

Los comienzos no fueron nada fáciles.

Que era fuerte lo sabíamos todos en Saint Etienne.

El problema fue que durante dos temporadas consecutivas, tras pasar de las categorías inferiores al primer equipo, verle jugar dos partidos seguidos parecía una hazaña imposible.

Cuando ganamos el campeonato en 1974 y al año siguiente, Rocheteau era poco más que un extra.

Cuando no eran sus frágiles rodillas, siempre había algún problema muscular que lo mantenía fuera.

Algunos se resignaron entre nuestros seguidores.

Demasiado frágil y delicado” se decía en las gradas de nuestro caluroso estadio.

Alguien le aconsejaba que apretara menos en sus carreras defensivas y otro le aconsejaba que pasara el balón antes y más a menudo para evitar las patadas de los defensas.

Sólo sé jugar así”, repetía Rocheteau a todo el mundo y en todas las ocasiones.

Luego llegó la temporada 1975-1976.

Había superado toda la preparación sin problemas y quienes le habían visto en acción en los primeros amistosos hablaban de él como de “un jugador nuevo, nunca visto”.

En los primeros partidos ya había demostrado cosas excelentes.

Jugadas vertiginosas, regates y alguna que otra buena asistencia.

Pero fue el 27 de agosto, en el cuarto partido del campeonato, cuando nos dimos cuenta de que por fin habíamos encontrado la última pieza del rompecabezas para completar un equipo que ya era del más alto nivel.

Ese día jugamos en casa contra el Girondins de Burdeos y Dominique Rocheteau estuvo sencillamente excepcional. Ganamos 5-2.

Dominique marcó un gol, pero fue protagonista en todos los demás tantos del equipo.

Esa temporada, las lesiones empezaron por fin a darle un respiro y ahora ir al Geoffrey-Guichard se había vuelto aún más divertido.

Un equipo sólido, concreto y organizado ahora también tenía ese toque de imaginación e imprevisibilidad que por fin nos permitió marcar la diferencia también en Europa.

Fue una temporada inolvidable.

No sólo para St. Etienne, sino para todo el fútbol francés.

Un equipo que volvía a lo más alto del fútbol europeo tras muchos, demasiados años de vacas flacas.

Ese año, en la Copa de Europa, eliminamos al Copenhague e inmediatamente después a los temibles escoceses del Glasgow Rangers.

Debo admitir que cuando el sorteo de cuartos de final nos enfrentó al Dinamo de Kiev soviético, pensé que habíamos llegado al final del camino.

Habían ganado la Recopa el año anterior y tenían una plantilla de verdad.

Blokhin, Veremeev, Onischenko… todos grandes jugadores en un equipo que se movía con mecanismos perfectos.

Muchos los consideraban los favoritos para la victoria final.

El partido de ida en Kiev confirmó plenamente nuestros temores.

Dos a cero para el Dinamo y seamos sinceros… si hubieran sido cuatro o cinco no podríamos habernos quejado.

Llegó el día del partido de vuelta.

17 de marzo de 1976.

A los quince años es más fácil creer en milagros.

La vida aún no te ha pasado la factura de la mediocridad con la que tantos tenemos que vivir. Yo creía en ello, mis amigos conmigo.

No era sólo un ejercicio de duda… ¡nos lo creíamos de verdad!

Cuando llegamos al estadio, nos dimos cuenta de que no estábamos tan solos como pensábamos.

Nuestro Geoffrey-Guichard parecía el Anfield Road del Liverpool.

38.000 espectadores llenaron todos los sectores del estadio.

Coros, banderas y una pasión como nunca había visto en mi vida.

Habíamos decidido que si teníamos que salir de la Copa de Campeones lo haríamos a lo grande.

Los chicos de las camisetas verdes se dejaron el corazón en el campo y nosotros nos dejamos la garganta en las gradas.

El comienzo no fue nada emocionante.

Impulsados por el ambiente y el deseo de escribir la historia, el capitán Larqué y sus compañeros intentaron atacar a los soviéticos… descubriendo pronto que su capacidad para retener el balón y arremeter con mortíferos cambios de ritmo podría habernos resultado fatal.

Se necesitaba paciencia y, como siempre en estos casos, también un poco de suerte.

Han pasado casi veinte minutos desde el comienzo de la segunda parte y el resultado sigue siendo de 0-0.

Atacamos en masa cuando perdemos un balón en la zona de tres cuartos del adversario.

Oleg Blokhin, el fantástico extremo del Dinamo de Kiev y vigente Balón de Oro, se hace con el balón. Arranca con el balón al pie desde su propia mitad del campo, saltando por encima de dos de nuestros defensas con una facilidad ridícula.

Se presenta solo ante Curkovic.

Se encuentra en el área con dos claras ocasiones para adelantar a su equipo y poner fin a la discusión sobre la clasificación.

Para disparar a puerta con su potente zurda o para pasar el balón a su compañero Veremeev, en una posición aún mejor.

Blokhin, para nuestra fortuna, elige un tercero.

Espera el regreso de nuestro defensa López, finge disparar para evitar incluso la última intervención desesperada de nuestro defensa argentino.

López no se deja engañar. Se mantiene en pie y roba perfectamente el balón de los pies del número 11 soviético.

En su rebote, primero Piazza y luego Larqué alargan la trayectoria hasta que el balón llega al área del Dinamo de Kiev.

Los defensores soviéticos se sorprenden por este repentino giro.

El balón se eleva hasta el área y el más rápido es nuestro delantero centro, Hervé Revelli, que con un preciso toque en diagonal introduce el balón en la red.

Habían pasado exactamente doce segundos desde la decisiva entrada de López sobre Blokhin.

Ahora el Geoffrey-Guichard era un verdadero caos.

Sólo habían transcurrido siete minutos y, de nuevo por una falta sobre Hervé Revelli, se nos concedió un tiro libre al borde del área.

Jean-Michel Larqué es un especialista y el puesto es absolutamente atractivo.

Su violento derechazo no deja ninguna posibilidad al guardameta del Dinamo, Rudakov.

Estamos nivelados.

¿Quién lo hubiera dicho?

El Dinamo de Kiev es fuerte, muy fuerte.

Los soviéticos no pierden la cabeza y su compacidad en el caldero de locura en que se ha convertido nuestro estadio es realmente admirable.

Dominique Rocheteau ha puesto en aprietos en repetidas ocasiones a la retaguardia soviética, pero hasta ahora no ha logrado hacer mella.

Sin embargo, al comienzo de la primera prórroga, los 38.000 espectadores del estadio Geoffrey-Guichard contuvieron la respiración: nuestro número 7 empezó a cojear ostensiblemente.

Nuestro entrenador Herbin ya había realizado los dos cambios permitidos por el reglamento.

Rocheteau sigue en el campo, pero está claro que su aportación no es la habitual.

Sólo cabe esperar que llegue pronto el minuto 120 para poder jugar entonces a los penaltis por el pase a semifinales.

Faltaban menos de seis minutos cuando Santini intentó penetrar por la derecha. El otro recién llegado, Patrick Revelli, se lanza en profundidad para dictar el pase, que llega a tiempo.

Delante de él hay un defensa del Dynamo para cerrarle el paso.

Doble finta para conquistar la línea de fondo. Patrick Revelli alarga la zancada y justo antes de que el balón salga del suelo consigue poner un centro raso hacia el centro del área.

Allí estaba Dominique Rocheteau que, casi andando, había seguido la acción de su compañero.

El balón cae a su derecha.

Está completamente solo.

Su volea acaba en el fondo de la red.

Tres a cero. Es el objetivo de la clasificación.

Dominique Rocheteau se convirtió en el ídolo de toda Saint Etienne y de gran parte de Francia.

Estamos en semifinales, entre los cuatro equipos más fuertes del continente.

Seguir soñando no es tan difícil…

El Saint Etienne se enfrentará en semifinales al PSV Eindhoven holandés. Fueron dos partidos muy reñidos, decididos por otro lanzamiento de falta del capitán Larqué y por las sensacionales paradas de Ivan Curkovic en el partido de vuelta, que el AS terminó 0-0 para clasificarse para la final contra el Bayern de Múnich.

Dominique Rocheteau se lesionó la rodilla en ese partido de vuelta.

Será una carrera contrarreloj para que esté en condiciones de jugar la final contra el Bayern de Múnich.

Gracias a una infiltración de novocaína, “l’ange verte” (apodo que Rocheteau odia con todas sus fuerzas) consigue al menos ir al banquillo.

Iba a ser un partido desigual que el Saint Etienne dominó de principio a fin, tras ponerse en desventaja al principio de la segunda parte en un lanzamiento de falta del centrocampista alemán Roth.

Sólo los postes alemanes y las extraordinarias paradas de Sepp Maier permitieron a los alemanes mantener su portería inviolada.

A siete minutos del final, Robert Herbin jugó su última carta.

Dominique Rocheteau, con un llamativo vendaje en la rodilla, entró en el campo.

Fueron siete minutos increíbles en los que el delantero francés de 21 años puso en aprietos una y otra vez a la defensa alemana al ofrecer a sus compañeros un par de balones de oro.

No había nada que hacer.

Los alemanes levantarán el trofeo de la competición más prestigiosa de Europa por tercera vez consecutiva… y por tercera vez dando las gracias a la Dama de la Suerte, que siempre estuvo descaradamente de su lado.

En la temporada siguiente llegó la conquista de la Copa de Francia, pero a partir de la temporada 1978-1979 se produjo un cambio radical para el club.

En lugar de seguir desarrollando a los jugadores del vivero, llegaron al mercado importantes adquisiciones.

Primero sería el turno de Larios, Zimako y Lacombe.

Iba a ser una temporada sensacional para Rocheteau.

Hasta 21 goles y 12 asistencias consagraron su decisiva consagración.

En el campeonato, sin embargo, sólo consiguió un tercer puesto.

Demasiado poco para los hábitos de los “Verts” acostumbrados a los triunfos en serie de temporadas anteriores.

En el verano de 1979 llegaron otros dos grandes jugadores que tendrían la misión de devolver al AS Saint Etienne a la cima del fútbol francés y europeo.

El consumado delantero holandés Johnny Rep y el joven fenómeno del fútbol francés Michel Platini.

Rocheteau empezó la temporada con fuerza, pero luego una lesión, otra más, le dejó en boxes durante casi toda la temporada.

Cuando regresó, el AS Saint Etienne parecía poder prescindir de él.

Robert Herbin siempre le tiene en alta estima, pero Rocheteau no está contento.

El París Saint-Germain presentó una gran oferta.

Tienen que sustituir al gran delantero centro argentino Carlos Bianchi y a Rocheteau le ofrecen el número 9 de la formación capitalina.

Es el factor decisivo.

A Rocheteau siempre le gustó esa posición, pero primero Revelli, luego Lacombe y Rep siempre le impidieron jugar en ese puesto en el Saint Etienne.

Permaneció en el PSG durante siete temporadas, en las que marcó un total de 100 goles en 255 partidos. Sigue cuarto en la tabla de goleadores del club parisino, precedido únicamente por el brasileño Pauleta, Zlatan Ibrahimovic y Edinson Cavani.

Fueron esencialmente sus 19 goles en liga en la temporada 1985-1986 los que permitieron a los parisinos subir al techo francés por primera vez esa temporada.

En 1989, a los 34 años, Dominique Rocheteau puso fin a su carrera en el Toulouse FC.

ANÉCDOTAS Y CURIOSIDADES

No hay un solo francés que no esté absolutamente convencido de que con Dominique Rocheteau en el campo desde el primer minuto, el Saint Etienne habría ganado la Copa de Europa en la final contra el Bayern.

Esta opinión también la apoya un “caballero” como Franz Beckenbauer, que declaró tras el partido: “No sé cómo habría acabado el partido, pero Rocheteau nos volvió locos en esos siete minutos”. Sin duda, detenerle durante noventa años habría sido una proeza”.

El Saint Etienne contribuyó enormemente a devolver el interés por el fútbol a tierras francesas, que seguían atascadas con el tercer puesto de la selección nacional en el Mundial de Suecia 1958.

A su regreso a Francia tras la desafortunada final contra el Bayern, los “verdes” de Saint Etienne fueron recibidos por el Presidente francés Valéry Giscard d’Estaing en los Campos Elíseos… ante más de cien mil personas.

Fue el periodista de “Onze” Jean-Pierre Frimbois quien apodó por primera vez a Dominique Rocheteau “L’Ange vert”. Un apodo odiado visceralmente por Rocheteau, pero que llevó consigo durante todos sus años en Saint Etienne.

El comienzo de su carrera no fue nada fácil para el talentoso delantero nacido en Saint Etienne.

Además de las constantes dolencias musculares, en abril de 1974 una operación de código penal del defensa del Lyon Bernard Lhomme le obligó a someterse a una primera operación de rodilla que le mantendría alejado de los terrenos de juego hasta el otoño siguiente. Cuando regresó, fue incapaz de jugar con regularidad e incluso se planteó dejar el fútbol. Como alternativa, cría ostras con su padre.

Dominique Rocheteau aguantó y en la temporada 1975-1976 llegó su primera gran satisfacción.

Su comienzo aquella temporada fue tan asombroso que el seleccionador nacional francés Stefan Kovacs lo convocó para la selección antes incluso de que empezara su primer campeonato de verdad con el AS Saint Etienne.

En un partido de pretemporada entre el Saint Etienne y el Leeds United inglés, Kovacs se encuentra en la grada para ver el encuentro.

Rocheteau saltó al terreno de juego y marcó dos goles tras doblegar al fortísimo equipo inglés, que unos meses antes había jugado, y perdido, la final de la Copa de Europa contra el Bayern de Múnich en el Parque de los Príncipes.

Al final del partido, Kovacs se dirige a los vestuarios, se dirige a Rocheteau y le dice: “¡Nos vemos en la selección, jovencito!

Parece una broma o, al menos, una forma ingeniosa de felicitar al joven delantero de los Verdes.

En cambio, a la semana siguiente Dominique Rocheteau fue convocado para un partido amistoso entre Francia y el Real Madrid de Juanito y Santillana.

… y también en ese partido, Rocheteau marcó un doblete, haciendo sufrir literalmente al fuerte lateral izquierdo del Real Madrid, Antonio Camacho.

Con la selección francesa, Rocheteau jugaría 49 partidos, marcaría 15 goles y también se llevaría la satisfacción de ser el único jugador francés, además de Michel Platini, que ha marcado en tres Mundiales diferentes: Argentina 1978, España 1982 y México 1986.

En una carrera a pesar de todo excelente, los pesares de Rocheteau no son pocos, ya que ha tenido que luchar contra varias lesiones que a menudo se produjeron en los momentos más importantes de su carrera.

Dicho esto antes de la final de la Copa de Campeones de 1976 en Glasgow, quizás sea aún más dolorosa la lesión que sufrió Rocheteau en la prórroga del partido de cuartos de final contra Brasil en México 1986, que le obligó a abandonar la semifinal que Francia perdió contra Alemania.

“Esa decepción también fue difícil de digerir porque sabía que mi carrera estaba en su ocaso y que nunca tendría otra oportunidad como aquella”, admitió el propio Rocheteau con el paso de los años.