No puedo contener las lágrimas.

Mi mejor amigo, el chico más amable y dulce de esta tierra, el talento más puro que he visto en un campo de fútbol, se ha ido.

Sólo han pasado cuatro días desde aquella maldita noche de domingo en la que un coche atropelló a Luigino y con él buena parte del futuro de este Club.

Un Club que parece llevar en su ADN que le quiten a sus hijos predilectos.

Hace menos de 20 años fue el turno de los chicos de la Basílica y el domingo por la noche le tocó a Luigino, el más querido de todos.

Desde esa noche me duele el estómago, apenas puedo comer y me cuesta conciliar el sueño.

Desde aquella noche pienso en aquellos momentos, los últimos que Luigino y yo pasamos juntos.

Y luego me viene a la memoria cuando Luigino me invita a tomar un café con él y Poletti, y yo le digo que no, que estoy demasiado cansada.

Y Luigino burlándose de mí, diciéndome que disfrutara un poco más, ya que “¡Néstor, marcar tres goles como hoy contra la Sampdoria no volverá a ocurrir!”.

… yo dándole un buen tirón de orejas y luego enviándole … ¡donde es fácil imaginarse!

Ni media hora después, el cuerpo de Luigino estaba sobre el asfalto.

No, lo siento.

No puedo volver en tres días.

Sí, lo sé, está el derbi.

El partido que nuestros aficionados llevan esperando toda la temporada

El derbi, contra “los de la camiseta a rayas blancas y negras”.

Pero no puedo hacerlo.

Es inútil que insistan.

Compañeros de equipo, directivos y aficionados.

¿Cómo pueden preguntarme?

¿Cómo pueden pensar que soy capaz de salir al campo fingiendo que no ha pasado nada?

¿Fingir que aquel cuerpo sin vida sobre el asfalto de Corso Re Umberto no era el de mi mejor amigo?

Luigino era casi un hermano para mí.

Cuando no estaba con su querida Cristiana o pintando en su ático, estábamos prácticamente siempre juntos.

Ya fuera con nuestras respectivas parejas o solos, como cuando después de entrenar nos parábamos a jugar a las bochas o al billar en nuestro bar cercano a via Filadelfia, junto a muchos aficionados de Toro con los que habíamos estrechado lazos.

Y ahora se supone que debo volver al campo, sin él, para correr detrás de un balón…

También pueden hablarme de contratos que hay que respetar, posibles multas, obligaciones morales…

Sólo sé que hace unas horas han enterrado a mi mejor amigo y que nadie puede obligarme a pensar en un estúpido partido de fútbol.

Aquel domingo 22 de octubre de 1967, sólo siete días después de la muerte de Luigi Meroni, Néstor Combin saltó al campo con regularidad.

Y jugará como nunca antes había jugado y como nunca volverá a jugar en su, aunque excelente, carrera.

El Torino ganará ese derbi, el primero sin Gigi Meroni, por 4 goles a 0.

Néstor Combin marcará tres de esos goles y el último lo anotará un chaval llamado Alberto Carelli, que ese día saltó al campo con la camiseta número 7, la de “Luigino” Meroni.

Néstor Combin nació en Las Rosas, provincia de Santa Fe, Argentina, el 29 de diciembre de 1940.

De joven, se trasladó con su familia a Francia y empezó a jugar en el Olympique de Lyon, del que pronto se convirtió en delantero centro titular, marcando con gran regularidad e impresionando por su fuerza física, su coraje y, sobre todo, su gran progresión, lo que le valió el apodo de “La Foudre”, o “el rayo”.

En 1964, al final de la temporada, su Olympique jugó un amistoso contra el Real Madrid.

Es el Real Madrid de Di Stéfano, de Gento, de Puskas, de Santamaría y de Amancio que acababa de perder la final de la Copa de Campeones contra el Inter del difunto Picchi, de Mazzola, de Corso, de Suárez y de Jair.

Es un Real al final del ciclo y cuando en este amistoso Néstor Combin marca una belleza de tres goles contra los ‘Blancos’ de Miguel Muñoz y el Presidente Santiago Bèrnabeu Yeste, éste decide que Néstor Combin tiene lo que hay que tener para convertirse en el nuevo número ‘9’ del Real. Con él, también pretende adquirir a su compañero de pabellón Fleury Di Nallo, que tiene un entendimiento casi telepático con Combin.

La idea de convertirse en los sustitutos de delanteros de la talla de Di Stéfano (que abandonaría el Real Madrid ese verano para fichar por el Espanyol de Barcelona) y Puskas era sencillamente irresistible para los dos jóvenes delanteros.

Sin embargo, la ducha fría llegó de inmediato.

Sin embargo, el presidente del Lyon, Maillet, se ve obligado a rechazar la cuantiosa oferta del Real Madrid. ‘Ya he prometido a Combin a la Juventus y ya he cobrado un generoso anticipo’.

Para Combin es un golpe de gracia.

“¿Yo a la Juventus? ¿Y me entero ahora?”, fue la reacción del delantero de origen argentino.

Pero entonces recordó que en la Juventus de aquellos años estaba su ídolo absoluto, el que solía admirar en las gradas del Monumental cuando era niño: Omar Sívori.

Sin embargo, cuando Combin llegó a la Juve, el equipo se encontraba en una fase de transición.

El 4º puesto de la temporada anterior provocó media revolución en la casa bianconera.

Al banquillo llegó un entrenador paraguayo, Heriberto Herrera, con métodos modernos pero muy estrictos.

Combin tuvo una temporada infeliz, llena de lesiones y pobre en goles (sólo 7 en 24 partidos).

Con Heriberto Herrera no congenió y al final de la temporada la Juventus volvió a poner a Combin en el mercado, con la esperanza de llevarse a casa al menos parte de la cuantiosa inversión.

De compradores convencidos, sin embargo, ni sombra.

Combin quería volver a Francia, pero el Juventus era el dueño y “señor” de la carta y lo envió cedido al Varese durante una temporada.

‘Equipo de chicos maravillosos’, decía siempre Combin, ‘pero jugar al fútbol es otra cosa…’.

En 16 partidos sólo marcó 2 goles y para Combin parecía el final del camino, al menos en la liga italiana.

Pero entonces llega “él”: el gran e inmenso “Paron” Nereo Rocco, único por su capacidad para ir a rescatar a jugadores considerados al final de su carrera o que no están a la altura de jugar en grandes equipos.

“¿Pero qué haces aquí, en un equipo como el Varese?”, le dice el ‘Parón’.

Combin le explica la situación, el tema del préstamo, sus dificultades con los jugadores que no saben atenderle correctamente, etc.

Al final, Rocco se lo llevó con él a Turín, al lado granata… sin renunciar esta vez a su franqueza y honestidad: “Ohi Indio, pero que sepas que ya tengo a los titulares, así que tienes que ponerte las pilas.

Así, tras una sola temporada, Combin regresó a Turín, esta vez con el equipo “pobre” de la ciudad, pero con el que el vínculo y el afecto fueron inmediatos.

Bastaron unos pocos partidos y Combin se ganó la titularidad, también porque Rocco siempre hizo jugar a quien merecía jugar, desafiando jerarquías y posiciones de privilegio reales o ficticias.

Su entendimiento con sus compañeros de equipo es inmediato. En particular, con el director Ferrini y sus compañeros Facchin y, sobre todo, con Gigi Meroni, un extremo imaginativo con una técnica excelente y con quien Néstor entabló una relación muy estrecha, dentro y fuera del campo.

Su primera temporada en Toro terminó con un buen 7º puesto, pero las premisas estaban dadas para que el Torino volviera pronto a la cima del fútbol nacional.

Sin embargo, el año siguiente empezó de la peor de las maneras: Nereo Rocco regresaba al AC Milan, el equipo con el que había ganado la Copa de Campeones sólo 4 años antes, y en el banquillo de Toro se sentaba Edmondo Fabbri, el gran entrenador que llevó al Mantova de la Serie A a la Serie D en sólo 4 temporadas y que, sin embargo, fue veterano (y cabeza de turco) de la fracasada expedición azzurra al Mundial de Inglaterra del año anterior.

El comienzo en el campeonato estuvo a la altura de las expectativas, pero tras cuatro partidos y pocas horas después de la espléndida victoria sobre la Sampdoria (con triplete de Combin) llegó la tragedia que marcaría para siempre al propio Combin y a todos los granata.

La muerte de su hijo predilecto, el que quizá era el más temerario, el más frágil y bonachón… y por ello aún más querido: Luigi Meroni.

El Torino confirmó su séptimo puesto de la temporada anterior, pero ganó la Coppa Italia, con lo que el club volvió a tener un trofeo en sus vitrinas después de casi veinte años.

Néstor Combin permaneció una temporada más en el Torino, donde siguió jugando a un gran nivel y marcando con regularidad.

En ese momento, sin embargo, la cancha de Nereo Rocco, que acababa de ganar una espléndida Copa de Campeones con el AC Milan, se volvió apremiante.

Se necesitaba un nuevo delantero que sustituyera a Kurt Hamrin, que se había marchado al Nápoles, y que pudiera completar un ataque ya de por sí excepcional con la sublime técnica de Sormani y las increíbles acrobacias de Pierino Prati.

El fantástico sentido del humor de Rocco tampoco faltó en esa ocasión.

“Cada vez que marcaba un gol en la liga con Toro, Rocco me increpaba, me regañaba y me insultaba a su manera”, recuerda Combin divertido. “Mona, pero si sigues marcando goles y jugando tan bien, ¿cómo te voy a comprar? Me has costado demasiado!!!”

En el verano de 1969, Néstor Combin llegó al Milan.

Al cabo de unos meses ya jugaba la Copa Intercontinental.

Los rivales de los rossoneri eran los argentinos de Estudiantes, un equipo entrenado por el ‘resultadista’ Osvaldo Zubeldia, capaz de ganar el Campeonato, la Copa Libertadores y la Copa Intercontinental (en la final contra el Manchester United de Best, Law y Charlton) en la temporada anterior.

Estudiantes es un equipo ordenado, excelentemente preparado físicamente y con algunas individualidades destacadas como los delanteros Conigliaro, Echecopar, el director defensivo Carlos Bilardo (entrenador campeón del mundo con Argentina en 1986) y sobre todo ‘la bruja’ Juan Ramón Verón (padre de Juan Sebastián).

El partido de ida en San Siro fue un monólogo rossonero.

Gianni Rivera dirigió las operaciones en el centro del campo y Sormani, Combin y Prati causaron estragos en la defensa argentina, incapaz de contener la superioridad milanista.

Sormani marcó un doblete y Combin anotó el otro gol en una clara victoria por 3-0.

El Milan hipotecaba así el título virtual de “Campeón del Mundo de Clubes”, pero nadie podía imaginar en aquel momento lo que les esperaba a Rivera, Prati y compañía en el partido de vuelta.

Estudiantes (que es de Mar de la Plata) decidió jugar el partido de vuelta en Buenos Aires, eligiendo la ardiente bocha de la Bombonera.

Lo que sucederá en este partido representa una de las mayores vergüenzas de la historia del fútbol mundial y una mancha imborrable en la historia del fútbol argentino.

Para Estudiantes no es un partido de fútbol.

Es una cacería total y vergonzosa.

La dureza de las intervenciones de los jugadores argentinos es demoledora desde el principio, descontrolándose cada vez más cuando se dan cuenta de que el árbitro del partido, el chileno Massaro, les permite prácticamente cualquier cosa.

Luego, cuando a la media hora de juego Gianni Rivera, con un gol de rara belleza, adelantó a los rossoneri, para Estudiantes sólo había un objetivo: hacer el mayor daño posible.

Pasan unos minutos y el primero en pagar el precio es el bombardero rossonero Pierino Prati, uno que cuanto más se calienta la batalla, más se exalta.

Pero ni siquiera él pudo defenderse primero de la dura entrada del lateral Manera y, sobre todo, de la vil patada en la espalda que recibió del portero rival Poletti mientras el propio ‘Pierino el Peste’ seguía en el suelo.

El Estudiantes logró remontar el resultado, pero el dos a uno fue demasiado poco para dar la vuelta al resultado del doblete.

En ese momento, el objetivo principal pasó a ser el “traidor” Combin, que había huido de Argentina en pleno régimen militar (tras el golpe de Estado organizado por la Marina en 1955 con la posterior huida del presidente Perón a Paraguay).

La venganza, también en este caso descarada y vergonzosa, vendrá a manos del portero argentino Poletti, que de un violento puñetazo romperá la nariz y el pómulo de Combin, obligándole a abandonar el campo en estado de semiinconsciencia.

Y, por increíble que parezca, lo peor está aún por llegar.

El partido acaba de terminar, Combin sigue en el vestuario recibiendo tratamiento de los médicos del Milan cuando cuatro policías le invitan a salir y reunirse con ellos.

Combin es conducido a la comisaría de Buenos Aires y puesto bajo arresto; se le acusa de eludir el servicio militar en Argentina.

La indignación de los militantes está en su punto álgido.

La vergüenza, la intimidación y la violencia parecen no tener límites.

Rocco está furioso.

El equipo del Milán ya está en el aeropuerto, pero el Parón es inflexible: nadie regresará a Italia a menos que Néstor Combin también forme parte del grupo. Las embajadas y varios políticos destacados se implican.

Por fin se desbloquea esta grotesca situación y Néstor Combin, aún en precarias condiciones físicas, regresará a Italia con sus compañeros de equipo.

Seguirá en el AC Milan dos temporadas más sin poder, sin embargo, recuperar la gloria de su etapa granadina.

En el verano de 1971 regresaría a Francia, primero al Metz y luego al Estrella Roja de París, volviendo a marcar con regularidad en una liga que, en cualquier caso, era de un nivel inferior y también quizá menos obsesionada desde el punto de vista defensivo como era entonces nuestro fútbol.

Sus mejores años, sin embargo, fueron aquí con nosotros, en Italia, donde dejó muchos recuerdos y mucho afecto.

Especialmente en Turín.

… aunque dos noches fueron y serán para siempre dos cicatrices imborrables en la historia del ‘foudre’, Nestor Combin de Buenos Aires.