Sigo pensando en ese día.

Aunque ya han pasado casi cuatro meses.

No puedo quitarme de los ojos y del corazón las imágenes y los sentimientos que sentí al final de ese partido histórico y fundamental.

El pueblo de Boedo, el MARAVILLOSO pueblo de Boedo, nos condujo al triunfo.

Todos nosotros.

Cada uno de los jugadores fue levantado hacia el cielo por nuestros increíbles aficionados.

Comenzaron en Parque Patricios apenas terminó el partido y luego la fiesta continuó en nuestra casa, en el Gasómetro.

Su calor, su abrazo, la alegría en los ojos de los habitantes de Boedo son ya un recuerdo imborrable.

Todo ocurrió tras un partido del Campeonato Metropolitano.

Fue el 24 de agosto.

El partido se jugó en el campo de nuestros primos de Huracán.

El rival era Tigre.

Les ganamos de forma decisiva e inapelable.

3 a 0.

Yo, que soy defensor, marqué el primer gol, de cabeza, cuando no se habían cumplido ni cuatro minutos de juego.

Desde ese momento, y durante todo el partido, el grito de nuestra afición, de la MARAVILLOSA afición de Boedo, resonó como un mantra…

“¡Boedo no se va!” “¡Boedo no se va!” …

No nos vamos… no nos vamos a la Segunda División.

Sí, porque este partido no era para un trofeo, no era la final de una copa ni el partido decisivo para el título.

Era el partido que podía significar la RETROCESIÓN de San Lorenzo.

La victoria ante Tigre sirvió ‘sólo’ para permanecer en la Primera División.

Cualquier otro resultado hubiera significado para San Lorenzo, uno de los clubes más grandes de toda Argentina, el descenso.

Y el descenso, para este club y para la MARAVILLOSA gente de Boedo, simplemente no se contempla.

Sería una catástrofe.

Una tragedia.

Y, sin embargo, ¡lo hicimos!

Pensar que ni siquiera debía jugar este partido…

Tenía un tobillo maltrecho.

Después del partido con River el domingo pasado, no podía ni caminar.

“Tomate, no puedes hacerlo. No tiene sentido arriesgarse”, me dijeron nuestros médicos.

¡No, amigos míos!

No voy a saltarme este juego.

No puedo no estar allí.

Puede que no esté al 100%, pero haré mi parte, puedes estar seguro, ¡incluso en una pierna!

Así que les dije.

El tobillo no me traicionó.

¡Y ahora simplemente estoy deseando que llegue otra temporada!

Debemos hacer mucho, mucho más para devolver el amor incondicional de nuestros fans.

Debemos volver a la cima, para jugar por los trofeos con River, Boca, Estudiantes e Independiente.

Falta poco más de un mes para el inicio del campeonato.

Poco importa que me esté recuperando de una maldita fractura de tibia.

¡He visto cosas peores!

Cuando el balón empiece a rodar de nuevo, quiero estar ahí, DEBO estar ahí.

Junto a mis compañeros y ante nuestro público, el MARAVILLOSO público de Boedo que llena el Gasómetro cada semana y que no merece sufrir como lo hizo la temporada pasada.

Tendremos que asegurarnos de que no ocurra.

Nunca más.

Hugo “Tomate” Peña no volverá a jugar con la camiseta de su querido San Lorenzo.

Hugo “Tomate” Peña no volverá a jugar un partido de fútbol.

El destino se lo llevó el 9 de enero de 1980.

Con sólo 29 años de edad.

De una manera absurda, terrible, irreal… casi paradójica.

Hugo está en su casa de Villa Devoto.

Está sentado en el sofá, viendo la televisión.

En sus brazos está su hija, la pequeña Gabriela, de tres años.

Su pierna izquierda está sumergida en una palangana.

En su interior hay una solución de sales disueltas en agua caliente.

Se utiliza para curar una fractura de tibia de unos meses antes.

Todo puede servir para acelerar su recuperación y permitirle volver al campo con “su” San Lorenzo cuando se reanude la temporada competitiva.

Es la hora de ‘Tom y Jerry’, el dibujo animado favorito de la pequeña Gabriela.

Hugo se levanta del sofá y pulsa el botón del televisor para cambiar de canal.

Su pie sigue sumergido en la cuenca.

La descarga eléctrica le golpea de lleno.

El grito es agonizante.

Su mujer y los vecinos de su casa se apresuran a entrar.

La niña, ilesa, sigue sentada en el sofá.

El estado de Hugo parece inmediatamente desesperado.

El viaje en ambulancia hasta el cercano hospital de Sarsfield es tan frenético como desesperado.

Todo en vano.

Hugo ‘tomate’ Peña muere a los pocos minutos de llegar al hospital.

La noticia se difunde a la velocidad de la luz.

El barrio de Boedo se queda quieto, paralizado, incrédulo, angustiado.

En su funeral, miles de personas le acompañarán en su último viaje.

El ‘Tomate’, llamado así por su blanquísima piel que se volvía roja como la famosa hortaliza a los primeros rayos del sol, era el jugador más querido por la afición del ‘Ciclón’.

Llegado al Gasómetro poco más de un año antes, se ganó de inmediato el corazón de la afición de San Lorenzo (de la que siempre se había declarado ferviente seguidor) por su elegancia dentro y fuera del campo, por su profesionalidad ejemplar, por su capacidad para dirigir el departamento defensivo con el ejemplo más que con las palabras.

Valiente, decidido y leal, “lo dejaba todo en la cancha”, lo que en aquellos lares es quizá el mejor elogio para un futbolista.

Hugo era un jugador “atípico” por muchas razones.

Una de ellas era su amor por el estudio.

Quería ser ingeniero eléctrico (la bastarda ironía del destino…) y el día de su debut, con Argentinos Juniors contra Lanús en 1970, todavía estaba matriculado en Ingeniería.

En 1973, en vista de sus excelentes actuaciones con los “Bichos”, los dos grandes del fútbol argentino, Boca Juniors y River Plate, compitieron por él hasta las últimas horas del mercado.

Los Millonarios ganaron pagando 70 mil dólares (una suma muy importante para la época) y con ellos Peña jugaría casi 100 partidos, convirtiéndose en el líder de la defensa de River.

El advenimiento en 1976 de Daniel Passarella, el nuevo ‘caudillo’ de la defensa de la ‘banda’, lo empujó a dejar River por Chacarita y después de poco más de un año llegó finalmente a su querido San Lorenzo.

Su paso por el Ciclón coincidió, por desgracia, con uno de los periodos más conflictivos para el glorioso club de Boedo, tan querido por nuestro Santo Padre.

Los enormes problemas económicos obligaron a San Lorenzo a vender a todos sus mejores jugadores (en primer lugar a Jorge Olguín, futuro campeón del mundo con Argentina en 1978), pero fue precisamente la pasión, el carácter indomable y el coraje de ‘Tomate’ lo que le hizo convertirse en pocas semanas en el ídolo del maravilloso pueblo de Boedo.

Por último, cabe señalar que en ocasión del partido descrito al principio del relato con Tigre, Peña fue sometido a continuas infiltraciones de cortisona durante toda la semana, una incluso unos minutos antes de saltar al campo, tan grave era el estado de su tobillo.

Como se ha dicho, San Lorenzo ganó y se salvó realmente por los pelos del descenso.

… sólo para descender en la temporada siguiente, aunque todos los hinchas de San Lorenzo dicen con absoluta certeza que con el ‘Tomate’ en la cancha incluso esa temporada nunca podría haber sucedido …

Por último, una pequeña curiosidad, que me contó hace unas semanas mi amigo Federico López Campani, un argentino trasplantado en Emilia, (y fuente inagotable de anécdotas e historias para mí) que por aquel entonces era un niño y aún vivía en Argentina.

Fue tan grande el impacto de la muerte de Hugo Peña y sus circunstancias que durante mucho tiempo se recordó a los niños lo que le había sucedido al pobre Hugo como una advertencia

 “sécate bien y no toques la televisión descalzo o acabarás como el tomate Peña”