“Se lo debo todo.

Todo ha cambiado desde que llegó. Para el club y para mí.

Estábamos en el fondo de la tabla de la Segunda División inglesa.

Y con la mala sensación de que aún no se había tocado fondo.

Entraba y salía del equipo y cuando jugaba lo hacía fuera de posición.

Me pedían que hiciera cosas que no sé hacer.

Y hay muchas cosas que no puedo hacer en un campo de fútbol.

Por ejemplo, no puedo correr, no puedo hacer entradas y no puedo golpear con la cabeza.

En resumen, ni yo ni el club teníamos una dirección, una línea o una idea.

Entonces llegó él.

Brian Clough.

Al cabo de dos semanas ya había decidido quién tendría futuro con él en el Nottingham Forest y quién no.

Decidió, para sorpresa de muchos, que yo formaba parte del primer grupo.

“Siempre que dejes de comer comida basura, bebas un poco menos, dejes de fumar, te acuestes antes por la noche, bajes al menos 5 kh y empieces a entrenar en serio”, me dijo.

¡Nada!

Pero confié en él y empecé a ir en serio.

Lo creas o no, ¡hice todo lo que el Jefe me aconsejó!

Bueno… casi todo.

Con mis queridos “pitillos”, los cigarrillos, ¡no puedo hacerlo!

Pasar una hora sin fumar es una tortura para mí.

Así que llego el último al campo para tomarme una, o a mitad del entrenamiento pido ir al baño a echar una calada.

Durante años se ha hablado mucho de Brian Clough, de sus métodos, su estilo, su carácter y sus increíbles logros con dos equipos de provincias como el Derby County primero y el Nottingham Forest ahora.

También hablan de cómo fueron las cosas en el Leeds… ¡supongo que todavía se están comiendo las manos allí por dejarlo escapar de esa manera!

¿Te cuento su secreto?

Clough sólo tarda unos días en comprender los entresijos de un futbolista.

Después simplemente te exige que hagas lo que SABES hacer y dejes de hacer lo que NO sabes hacer.

A mí, John Neilson Robertson, me cambió la vida.

Primero me dijo ‘hijo, si tú eres medio centro yo soy Frank Sinatra’.

E inmediatamente me puso en la banda izquierda.

Entonces me dijo que me estaba prohibido volver a mi propio campo, que me estaba prohibido perseguir a los adversarios y que me estaba prohibido placar y deslizarme.

Luego me dijo que tenía que esperar el balón, o mejor dicho, PRETENDER que me pasaran el balón y luego marcar unos cuantos goles y muchos, muchos centros.

Añadió que mi permanencia en el equipo dependía de cuántos centros hiciera por partido.

Me puso en la banda izquierda y desde entonces siempre he jugado en ese puesto y siempre como titular.

Mañana salimos para Múnich.

Dentro de tres días, el 30 de mayo, jugaremos la final de la Copa de Europa.

Y pensar que hace dos años por estas fechas estábamos celebrando el ascenso a la Primera División inglesa.

Para Clough es un sueño hecho realidad.

Nunca nos lo mencionó, pero todos sabemos muy bien que nunca digirió la derrota en semifinales de hace unos años contra los italianos del Juventus con su Derby County.

Nos dan como favoritos y es justo.

Hemos eliminado personalmente a dos de los grandes favoritos para la victoria final.

Liverpool en primera ronda y los alemanes de Colonia en semifinales.

Los dos desafíos contra los alemanes fueron increíbles.

Y pensar que casi había decidido no jugar…

El sábado anterior al primer partido contra el Colonia jugamos contra el Chelsea en Londres.

Ganamos 3-1.

Después del partido con un amigo y nuestras esposas fuimos a un restaurante.

Unos minutos después de llegar a casa sonó el teléfono.

Eran las dos de la mañana.

Al otro lado de la línea está mi cuñado.

“John, tengo terribles noticias que darte.”

Inmediatamente pensé en mi padre, que desde hacía tiempo tenía problemas de corazón.

“Es papá, ¿verdad?”, le pregunté.

“No John, tu hermano Hughie e Isobel murieron. En un accidente de coche”.

Ambos tenían 35 años y una hija de 8, Gillian, que iba en el asiento trasero y resultó prácticamente ilesa.

Murieron en el viejo Vauxall Viva que yo les había regalado después de que Brian Clough se las arreglara para conseguirles a todos un flamante Toyota Celica tras nuestra victoria en el campeonato.

Al día siguiente llamé a Clough.

Sabía muy bien lo mucho que este partido significaba para él.

Una semifinal de la Copa de Campeones en la que quería a toda costa ir a conseguir lo que injustamente se le había negado unos años antes.

Pero lo único que me dijo el jefe fue: “Haz lo que te apetezca, hijo”. Te apoyo y te doy el pésame”.

… Esto es lo que Clough me dijo antes del partido más importante de su carrera.

Lo primero que pensó fue en mí.

¿¡Cómo no puedes amar a este hombre!?

Así que el lunes enterramos a mi hermano y a su mujer.

Al día siguiente regresé a Nottingham y al día siguiente salté al campo en el City Ground contra el Colonia en la ida de semifinales de la Copa de Europa.

Ha sido el partido más bonito, apasionante y emocionante en el que he participado.

Y ello a pesar de que el terreno de juego estaba reducido a una ciénaga.

Apenas habían transcurrido veinte minutos de partido y ya perdíamos 2-0.

El juego y la clasificación parecían ya comprometidos.

En cambio, empezamos a jugar, a crear ocasiones y a aplastar a los alemanes en su propia área.

Cuando Birtles marcó el gol del 1:2 con el que nos fuimos a los vestuarios, nos dimos cuenta de que aún podíamos hacer algo bueno.

Luego fue Bowyer quien nos devolvió la igualdad y, mediada la segunda parte, se produjo un auténtico milagro futbolístico.

Yo mismo marqué el gol del 3-2, pero lo increíble fue que lo hice con la cabeza, ¡y en el piscinazo!

El primer gol en toda mi carrera que marco con la cabeza.

Puse los ojos en blanco… “Hughie ha tenido algo que ver”, pensé.

Pero los alemanes lograron empatar antes del final del periodo, y con el 3-3 final, no muchos nos daban posibilidades en el partido de vuelta en Colonia.

Y en vez de eso, ¡lo hicimos! Uno a cero, gol de Ian Bowyer, y dentro de tres días podremos coronar el sueño de toda una carrera, el de subir al techo de Europa.

… después de todo lo que Brian Clough ha hecho por mí… bueno, espero poder ayudarle a conseguirlo.

¡Incluso si me sigue llamando ‘Super Vagabundo’!

John Neilson Robertson nació el 20 de enero de 1953 en la localidad escocesa de Uddingston.

A los 17 años, en mayo de 1970, llegó al Nottingham Forest, que le hizo un contrato y al cabo de unos meses, en octubre de 1970, le hizo debutar en el primer equipo.

La técnica y la visión de juego eran de primer orden, pero lo que parecía una carrera destinada a los primeros puestos del fútbol británico se estancó de repente.

La relación con el entonces entrenador del Nottingham, Allan Brown, no es ciertamente idílica.

A John, que es cualquier cosa menos un atleta “natural”, se le acusa de falta de compromiso en los entrenamientos y de poner poco “corazón” en el terreno de juego.

Se desempeña como centrocampista central, pero sus carencias en este papel son evidentes: escasa carrera, casi nula capacidad de cobertura y una resistencia física muy limitada.

Empezó a sentarse en el banquillo cada vez con más frecuencia y, cuando Brian Clough llegó al banquillo del Nottingham Forest en enero de 1975, incluso lo encontró en la lista de transferibles… con sólo el Partick Thistle como club interesado.

“Old Big ‘Ead” (uno de los muchos apodos de Clough) tarda unas semanas en darse cuenta de ello:

 (a) Robertson está jugando fuera de posición y que no es un centrocampista central

 b) que las pocas cosas que sabe hacer, regatear a los rivales y centrar, las hace mejor que nadie.

Clough sabe tocar la fibra sensible y John Robertson responde a lo grande.

Rápidamente se convierte en el eje del equipo.

No tiene que agotarse persiguiendo inútilmente a los rivales, sino permanecer en los últimos 30 metros del campo, hacerse con el balón e “inventar”.

‘Nuestro Picasso’ le llamará Clough en más de una ocasión.

Pero Robertson tiene otra característica que le hace prácticamente imposible de marcar: es absolutamente ambidiestro.

Patea con indiferente habilidad con el pie derecho y con el izquierdo y con la misma precisión devastadora.

Dos ejemplos definitivos de esta peculiaridad suya: basta con ver los dos goles con los que el Nottingham Forest ganó sus dos Copas de Europa consecutivas.

1979 vs Malmoe. Robertson recibió el balón en la salida por la izquierda, se deshizo de su oponente directo por fuera, evitó el doble remate de un segundo adversario y desde la línea de fondo peinó un maravilloso centro con la zurda al segundo palo que Trevor Francis sólo tuvo que empujar a la red.

1980 vs Hamburgo. Robertson recibe el balón en la banda izquierda. Pretende apuntar a la línea de fondo, pero en lugar de ello retrocede hacia el centro. Pide un mano a mano con Birtles, recibe el balón, se escapa de Keegan y lanza un derechazo milimétrico que se cuela a la izquierda del portero alemán tras acariciar el poste.

Clough y Taylor (que entretanto se había reincorporado al Forest) nunca ocultaron su afición por “ese gordo que juega con el número 11”, como a menudo le llamaba el propio Clough.

Tanto es así que fue John Robertson el causante de la ruptura total de las relaciones entre Clough y Taylor unos años más tarde.

Sucedió que en 1983, cuando Taylor se convirtió en entrenador del Derby County (el antiguo equipo de Clough y acérrimo rival del Forest), tras un implacable cortejo y una excelente oferta económica, consiguió arrebatarle a John Robertson el puesto en el Nottingham Forest, con el que por entonces estaba discutiendo la renovación de su contrato.

El hecho de que Taylor se hubiera puesto en contacto con Robertson sin siquiera informar a Clough nunca fue aceptado por el fogoso entrenador del Middlesbrough.

La relación nunca se resolvió hasta la muerte del propio Taylor, siete años después, en octubre de 1990.

Sin embargo, John Robertson, también debido a las numerosas lesiones, nunca consiguió con los Rams expresarse al nivel al que había acostumbrado a todo el mundo en Nottingham.

En 1985, el Derby County lo dejó en libertad y “Robbo” protagonizó un romántico regreso al Nottingham Forest, pero desgraciadamente confirmó que sus mejores días habían quedado atrás.

Una docena de partidos antes de terminar su fantástica carrera futbolística en equipos semiprofesionales.

Su experiencia, sin embargo, se aprovechó en los años siguientes.

Durante veinte años, John Robertson fue la mano derecha de uno de los grandes entrenadores británicos de este siglo: el norirlandés Martin O’Neill, su antiguo compañero en el Nottingham, con quien compartió, entre otras, espléndidas experiencias en los banquillos del Leicester, el Aston Villa y, sobre todo, el Celtic de Glasgow.

Fue precisamente el periodo en el Celtic de Glasgow que Robertson describió como “mis mejores años en el fútbol”… ¡él que era un gran aficionado del Glasgow Rangers!

Si Robertson tuvo mucho desde el terreno de juego, no puede decirse lo mismo de su vida privada, que fue de todo menos afortunada fuera del campo de juego.

Además del accidente en el que perecieron su hermano y su cuñada y de perder a su padre al año siguiente, John también tuvo que soportar la peor tragedia posible para un padre.

Enterrar a una hija, la pequeña Jessie, nacida con una malformación cerebral y tetrapléjica, que murió a una edad temprana.

“Pienso en mi pequeña Jessie todos los días. Y todos los días que puedo voy al cementerio y paso al menos cinco minutos hablando con ella”.

En el funeral de la pequeña Jessie, los que estaban presentes aquel día vieron cómo John colocaba una pequeña carta en el ataúd junto a su hija.

No revelará el contenido a nadie.

Sólo diría, y muchos años después, que lo esencial de esa nota era “Gracias, mi pequeña, por elegirme como tu papá”…

Robertson también sufrió un infarto en 2013 (mientras jugaba al tenis, una de sus grandes pasiones) del que se recuperó perfectamente y que, como recuerda en cada ocasión, “¡fue lo que necesitaba para decidirme por fin a dejar mis queridos cigarrillos!”.

Para terminar, un dato que quizá más que ningún otro pueda dar una idea de la valía de este gran futbolista que muy probablemente no tuvo el reconocimiento, sobre todo internacional, que merecía.

En 2015, una encuesta entre los aficionados del Nottingham Forest le eligió “Mejor jugador de la historia del Nottingham Forest”.

No está mal para un “gordo que no sabe correr, no contraataca y no golpea con la cabeza”.

ANÉCDOTAS Y TRIVIALIDADES

Brian Clough nunca ha ocultado su afecto por Robertson. Aunque a menudo lo haya convertido en objeto de muchas de sus proverbiales bromas.

Clough 1: “John Robertson es realmente un hombre poco atractivo. A veces parece un vagabundo, pero para mí personalmente es muy útil. Los días en que me siento especialmente mal o decaída, me siento a su lado. Le miro y al momento me siento como Paul Newman”.

Clough 2: Clough, como ya se ha mencionado, no paraba de decir a los suyos que pasaran el balón lo antes posible “a ese gordo con el número 11”. Al cabo de un rato, esto empezó a molestar a Martin O’Neill, que, jugando en la banda contraria, apenas participaba en el juego. Finalmente, un buen día, O’Neill decidió abordar el tema con Brian Clough: “Jefe, pero no podemos jugar siempre por la izquierda. A veces también tienes que darme el balón a mí”, se lamentó Martin O’Neill.

“¿Por qué deberíamos darte el balón cuando hay un genio en la otra banda?”.

Fin de la discusión.

Clough 3: Durante su última e infructuosa etapa en el Nottingham durante un partido con el Luton entre la primera y la segunda parte Clough se dirige a Robertson “Robbo, si quieres puedes fumarte un cigarrillo antes de volver al campo”.

“Gracias, jefe”, contestó Robertson, que luego reanudó la conversación. Nunca me había dejado hacerlo”.

“¡¡¡Es sólo para ver si al menos esto sirve de algo porque peor de lo que has jugado hasta ahora es imposible!!!” le ladra un iracundo Clough.

Clough, sin embargo, supo reconocer todo su talento. Más de una vez dijo de Robertson:

Dale un balón y un metro de espacio y se convertirá en un artista: el Picasso del fútbol”.

Por supuesto, de nuevo de Clough, hay otra divertida versión que implica a un gran pintor.

Durante una charla con el famoso comentarista Brian More, Clough se deshace en elogios hacia Robertson.

Brian Moore, algo desconcertado, le responde “Sinceramente, no veo todas las cualidades que me dices Brian” y luego añade “Es regordete, un poco torpe, lento… en resumen ¡ni siquiera parece un futbolista!”. La respuesta de Brian Clough no se ha hecho esperar. “Cierto Brian. Pero Van Gogh tampoco parecía un pintor. Pero fue el más grande de todos.

Por último, de nuevo de Clough, una anécdota sobre Robertson extraída directamente de la autobiografía del gran entrenador inglés.

“Durante una gira de pretemporada por Alemania envío a los once titulares a hacer el calentamiento previo al partido.

Los cuento y me doy cuenta de que falta Robertson.

Bajo a los vestuarios y me lo encuentro sentado en un banco literalmente ‘rascándose las pelotas’. Le grito por todo.

“Eres una desgracia John. Los demás están en el campo corriendo y tú estás aquí haciendo el tonto. No puedes correr, no puedes saltar… ¡ni siquiera puedes nadar! No soportas el sol y no podemos sacarte de la cama por la mañana”.

Pero Clough concluye: “¡Sólo te aguanto porque eres un puto genio!”.

Resulta divertida la descripción que hace de Clough su compañero de equipo Kenny Burns.

“Robbo nunca va al supermercado. Tiene tantas arrugas en la cara que cada vez que se acerca a la caja se pone en marcha la maquinita que lee el código de barras”.

En mayo de 1981 jugamos en el tristemente desaparecido torneo interbritánico lo que para los escoceses es “el partido de los partidos”. La del “viejo enemigo”. Inglaterra.

Se juega en Wembley y para los aficionados escoceses es una auténtica peregrinación.

Ganar en Wembley a los ingleses no tiene precio.

El partido está empatado a 0-0 cuando se lanza un penal a favor de Escocia mediada la segunda parte.

John Robertson tiene el balón entregado.

Pero mientras la coloca en el punto de penalti, Trevor Francis, delantero inglés y compañero suyo en el Nottingham, se acerca a Corrigan, el portero inglés.

Le susurra algo al oído.

Evidentemente, aconsejándole dónde habría lanzado el penalti su compañero.

John Robertson se adelanta y dispara.

Balón a la izquierda y Corrigan en el otro extremo.

“El farol de Trevor no funcionó. Le disparé exactamente donde siempre les disparo y probablemente esperaban otra cosa. recordó Robertson divertido.

Y añadió: “Por supuesto, al final del partido pensé en ello… ¡si me lo hubiera perdido nunca podría volver más allá del Muro de Adriano!”.

Finalmente, la última perla procede del propio John Robertson.

“Todo el mundo se ha burlado siempre de mi aspecto.

Y pensar que siempre he hecho todo lo posible por parecerme a mi gran ídolo Brian Ferry, el cantante de Roxy Music… no salió tan bien, ¿verdad?”.

La de John Robertson es una de las 27 biografías contadas en – https://www.urbone.eu/products/mavericks-cult-heroes-del-calcio-britannico-27-biografie-di-calciatori-che-hanno-in-qualche-modo-lasciato-il-segno-nella-storia-del-calcio-britannico-degli-ultimi-cinquantanni